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miércoles, 9 de septiembre de 2015

LIBRO EL SENDERO DEL TAO (OSHO) Capitulo-II (II Escrito)






Capitulo 2 (II Escrito)
UN HOMBRE QUE SABE CÓMO CONSOLARSE

Aunque seas un gran devoto, una presunta gran persona “religiosa”, a cada momento estás tratando de manipular a Dios a tu conveniencia.  “¡Cumple con mi voluntad!”. 

Esto es todo lo que implican tus oraciones: “
¡Hazlo como yo quiero.  Escúchame”.  
Todo tu esfuerzo consiste en convertir a Dios en tu sirviente.  Le llamas “Señor”, “Maestro”, pero eso sólo es un soborno; tú estás tratando de manipularlo.  
Tú dices: “Yo no soy nadie.  Tú lo eres todo”, pero en el fondo tú sabes quién es quién.  En realidad, incluso cuando luchas por tu Dios, lo haces por tu Dios.  Incluso cuando te sacrificas en algún pedestal, en algún altar, es por tu Dios por el que te sacrificas.  Cuando te inclinas ante una imagen de Dios en un templo, o en una mezquita, o en una iglesia, lo haces ante la imagen que has creado, lo haces ante tu Dios.  Te inclinas ante tu propia creación.  Te inclinas ante un espejo.  Te ves reflejado allí y dices: “¡Qué hermoso!”. 
Si un cristiano dice cómo es Cristo de hermoso, si un hinduista dice cómo es Krishna de hermoso, si un budista dice cómo es el Buda de hermoso, el budista no aceptará que Cristo es hermoso; eso no satisface a su ego.  
El cristiano no aceptará que el Buda es hermoso; eso no satisface a su ego.  El hinduista no puede creer que Cristo o Mahoma, o Moisés sean hermosos; esto no satisface a su ego.
Recuerda: nosotros estamos satisfaciendo a nuestros egos de todas las maneras posibles: abiertas o sutiles, directas o indirectas.  Y una persona realmente religiosa es la que sabe esto, la que toma consciencia de esto, y en este estado de consciencia el ego desaparece.
Una persona verdaderamente religiosa no tiene idea de quién es superior.  Una persona religiosa no puede decir: “Soy superior a un árbol, soy superior a un animal, soy superior a un pájaro”.  
Una persona religiosa no puede decir: “Soy superior”. Una persona religiosa tiene que saber que “yo no soy”, y en esa experiencia de “yo no soy” fluye la alegría.  Se ha removido la roca.
Ahora bien, este hombre dice: “Tengo muchas alegrías.  Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble…”.
¿Por qué?  ¿Por qué la humanidad es lo más noble? 
Si contemplamos la historia humana, la humanidad parece ser lo más innoble. 
Mira a los animales: ellos no han sido tan violentos, tan terribles, no han estado tan locos.  ¿Has visto alguna vez a un animal convertirse en político, que trate de ser el presidente de un país?  Ellos no están locos.  Ellos viven naturalmente, ellos mueren naturalmente. 
Los animales salvajes nunca enloquecen. 
Algunas veces enloquecen cuando se les obliga a vivir en un zoológico; el zoológico es una creación humana.  Los animales no se suicidan nunca, pero algunas veces se suicidan en el zoológico.  En el zoológico se vuelven peligrosos y algunas veces asesinos.  Sí, los animales matan, pero matan cuando quieren comer.  El hombre mata sin razón.  El hombre va a una región salvaje, mata un tigre y dice: “Esto es un juego. 
Esto es “diversión”.  Iba de safari”. ¿Has escuchado alguna vez que un león se vaya de safari?  Los leones nunca se van de safari.  Si un león tiene hambre mata, por supuesto, pero esto es algo natural en él.
Una vez me contaron la siguiente historia.

Una vez un león y un zorro entraron en un restaurante.  
Se sentaron y a continuación el zorro pidió, pero pidió sólo para uno.  El camarero preguntó entonces:
-¿Desea algo para su amigo?
El zorro contestó:
-¿A usted que le parece?  ¿Cree que si él tuviera hambre yo estaría sentado aquí?

Él no tiene hambre; eso es seguro.  Cuando los animales tienen hambre, matan, pero no matan por jugar, no matan por diversión; no están interesados en el hecho de matar. 
Por supuesto tienen interés por la comida; no hay nada erróneo en ello.  El hombre mata sin razón alguna.  Los animales no matan por ideologías; no dicen “Yo soy comunista y tú eres capitalista.  Te mataré”.  No dicen: “Soy un fascista y tú un comunista, así que te voy a matar”.  Ellos no tienen ninguna ideología, ni matan porque sean cristianos o hinduistas o mahometanos.
El hombre mata con cualquier excusa, con cualquier excusa, la que sea.  Los hinduistas pueden matar a los mahometanos, los mahometanos pueden matar a los hinduistas, los cristianos pueden matar a los mahometanos y los budistas, etc.  ¿Y por qué? Por doctrinas abstractas, por principios; y nadie está dispuesto a vivir por esas doctrinas, pero todo el mundo está dispuesto a matar a otros por esas mismas doctrinas. 
Si alguien ofende la Biblia, el cristiano está dispuesto a matarlo, y si le preguntas: “¿Vives según tu Biblia?”, te responderá: “Es muy difícil”.  No le interesa vivirla, a nadie le interesa vivirla, pero si se trata de matar, entonces todo el mundo se muestra muy interesado.
A lo largo de los siglos, en tres mil años, ha habido cinco mil guerras.  No, ningún animal es tan innoble; los animales tienen una nobleza natural.  El hombre es muy astuto.
No obstante, el hombre dijo: “… la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. 
Ésta es mi primera alegría”.  Esto no es alegría.  Es el placer proveniente de sentirse egoísta, de “ser alguien”.  Y recuerda: esto no te llevará a la verdadera felicidad, porque en el fondo hay comparación.  Si te estás sintiendo superior, en algún momento te podrías sentir inferior.
Una vez escuché a un hombre religioso, a un santo, a un santo muy conocido en la India, dar esta enseñanza a sus discípulos: “busca siempre a las personas que no tengan tanto como tú, y te sentirás muy feliz.  Si tienes casa busca siempre a personas que no tengan casa”. 
Naturalmente, te sentirás muy feliz.  “Si tienes un sólo ojo, busca a las personas que están ciegas… te sentirás feliz”. 
Pero ¿qué clase de felicidad es esa?  ¿Y qué clase de religiosidad es esa?  Además, no puedes prescindir de la otra cara de la moneda.  Tú tienes un ojo; cuando miras a una persona ciega, te sientes feliz.  Pero si te encuentras con una persona que tiene dos ojos hermosos, entonces ¿qué harás? 
Te sentirás infeliz.
En lo que llamas “felicidad”, la infelicidad está implícita.
No, a través de la comparación nadie llega a la alegría. 
La alegría es un estado no comparativo.  No compares.
Una vez me contaron la siguiente historia:

El padre va con su vástago a ver un espectáculo que presenta a cincuenta de las más audaces artistas del desnudo que hay en el país.
-¡Ay, Dios mío!  ¡Ay, Dios mío! –exclama el padre durante la presentación.
-Qué  sucede,  papá,   ¿no  te  gusta  el  espectáculo?
–pregunta el hijo.
-Claro que sí –le responde-.  Es que estaba pensando en tu madre.
Si comparas, tu comparación va a crear problemas.  Recuérdalo: la alegría no surge de la comparación; nunca. 
No obstante el hombre dice: Tengo muchas alegrías.  Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano.  Ésta es mi primera alegría”.
Como alegría no es mucho.  No es más que un estímulo para el ego: te sientes bien, te sientes superior; pero una persona que necesita ser superior para sentirse bien, es una persona que lleva un volcán en su interior.  Una persona que tiene que ser superior para sentirse feliz está sufriendo en el fondo de un complejo de inferioridad. 
Sólo una persona inferior piensa en términos de superioridad.  Una persona real, una persona auténtica, no es superior ni inferior; simplemente es única; nadie es menos que ella y nadie es más que ella.
Toda la existencia es igual.  Los árboles y las rocas, los animales, los pájaros, los hombres, las mujeres y Dios; todos compartimos la totalidad de la existencia en igualdad de términos.  
Cuando ves esta tremenda igualdad, esta unicidad, te sientes alegre; y tu alegría no tiene motivo, es inmotivada.
“Hay personas que nacen y no viven un día o un mes, que nunca han abandonado los pañales, pero yo he pasado ya de los noventa.  Ésta es mi alegría”.
Compara…  Algunos han muerto al nacer, algunos eran jóvenes y murieron; este hombre está comparando: “Tengo noventa años, he vivido mi vida, entonces ¿por qué sentirse desgraciado?  Soy feliz; he vivido más que otros”. 
Pero y si esos otros no hubieran muerto, entonces ¿qué?  
Si él estuviera solo en el mundo, ¿sería entonces feliz?  Piénsalo.  Todo el mundo desparece, sólo queda este hombre.  No hay animales, no hay pájaros, ni rocas; él no puede compararse ni puede llamarse “hombre superior”. 
No hay jóvenes muriendo, no hay niños muriendo; él no puede compararse diciendo que ha vivido hasta los noventa años.
Si se quedara solo, ¿sería feliz?  Toda su felicidad desaparecería porque le viene de las comparaciones.
El Tao dice: si estás solo, absolutamente solo y tu felicidad se mantiene inalterable, entonces lo has conseguido; de otra manera no lo has conseguido.
Una felicidad comparativa es una pseudofelicidad. 
“Yo tengo un automóvil grande, tú no.  Me siento feliz porque tú no lo tienes.  Esto es una tontería.  ¿cómo puedo sentirme feliz porque no tienes un automóvil?  “Yo tengo una casa muy grande y tú no la tienes, por tanto me siento feliz”. 
Esta felicidad parece más basada en hacer a los otros infelices que en hacer que uno sea feliz.  “Tú no tienes un automóvil, tú no tienes una buena casa. 
Estoy feliz porque tú eres desgraciado”.  Observa la lógica de ello; su matemática es simple: “Soy feliz cuando la gente es desgraciada, así que cuanto más gente desgraciada exista, más feliz seré.  Si el mundo entero se vuelve un infierno, seré muy feliz”.  Ésta es la lógica, y es lo que ha estado haciendo el hombre.

En Calcuta, solía alojarme en una casa, la casa más hermosa de la ciudad.  Y el dueño estaba locamente enamorado de su casa.  Era una mansión de mármol, realmente hermosa, construida con gusto, con un sabor muy aristocrático; algo imposible en Calcuta, y él los tenía.  Sentía realmente un  profundo amor por su casa, y cada vez que yo lo visitaba me llevaba a la piscina, al jardín, al césped.  Me enseñaba esto y aquello, las mejoras que había hecho desde la última vez que había estado allí.  Pero la última vez que fui estaba muy triste.
-¿Qué sucede? No me has llevado a ninguna parte.  ¿no has hecho nada nuevo? –le pregunté.
-He perdido todo interés en la casa.  ¿No te has dado cuenta de que aquí al lado mi vecino ha construido una que es mucho mejor?  Hasta que no pueda construir una casa mejor que esa seguiré estado triste –me explicó.
Bien, este hombre tenía la misma casa, pero su felicidad había desparecido.
¿Qué tiene que ver tu felicidad con tu vecino? 
Si él ha construido una casa más grande ¿cómo puede esto preocuparte?  Además, ¡tu casa sigue siendo la misma!  Y tú ya no eres feliz.  Le dije: “Desde luego una cosa es cierta: no era por tu casa que estabas feliz.  Estabas feliz por la pobre casa del vecino”.
Observa.  Observa siempre.  Estar feliz cuando alguien es desgraciado es una conducta violenta.  Así es como las personas empiezan a coger el rumbo equivocado, volviéndose opresores, volviéndose explotadores, volviéndose peligrosos. 
Son una maldición para el mundo, siempre se rigen por la misma lógica.
Lo que este hombre está diciendo es: “Soy más feliz que los otros.  Date cuenta: mucha gente ha muerto cuando era joven y yo todavía estoy vivo, saludable y ya tengo noventa años.  Ésta es mi alegría”.
“La pobreza es común a la humanidad, y la muerte es el final.  Así pues, siendo parte del común de la humanidad, y a la espera de mi final, ¿qué sentido tiene preocuparse?  Ahora está diciendo: “Casi todos los seres humanos son pobres, por tanto ésta es la norma, ser pobres; y, naturalmente, todo el mundo va a morir, por tanto yo voy a morir.  Soy pobre, voy a morir, todo el mundo va a morir, todos los demás son pobres, así que ¿por qué estar triste?  Por eso estoy feliz”.
Esto no es felicidad. “¡Qué bien!”, dijo Confucio… Confucio se quedó muy impresionado, dijo: “¡Qué bien!  He aquí un hombre que sabe cómo consolarse”.
Sin embargo, con esta frase Lieh Tzu ha hecho una jugada. 
Él dice que Confucio se quedó muy impresionado, y que dijo: “¡Qué bien! He aquí un hombre que sabe cómo consolarse”pues para Confucio estar satisfecho en la vida es la meta, consolarse es la meta. Pedir más, dice Confucio, es pedir lo imposible.  Esto es lo que un hombre puede lograr y este hombre sabe cómo consolarse; además es feliz y está cantando.
Sin embargo, para los taoístas consolarse es algo negativo, no es satisfacción.  La satisfacción no tiene nada que ver con la consolación; la satisfacción abarca una dimensión totalmente diferente.  Trata de comprenderlo.  La consolación implica, de alguna manera, que uno racionaliza una situación intentando no estar preocupado, intentando no estar muy inquieto, creando amortiguadores a su alrededor. 
Gurdjieff solía llamarlos amortiguadorestodo el mundo crea amortiguadores alrededor de sí mismo para no chocar tanto con la vida.
En los trenes se usan amortiguadores así como los automóviles, a fin de que si vas por una carretera montañosa y la vida es una vía montañosa no vayas dando tumbos. 
Estos amortiguadores son como muelles.  Si la carretera tiene baches, los muelles, los amortiguadores disminuyen el efecto del golpe; éste no te llega.
Las llamadas filosofías de consolación son amortiguadores.
Al darte cuenta de que eres pobre, te viene una gran tristeza y creas el amortiguador: “Hay mucha gente pobre, millones de personas son pobres, por tanto, ¿de qué sirve preocuparse? 
Así son las cosas”.  Ya has creado un amortiguador.
Estás enfermo; aparece la infelicidad; vas al hospital a que te visiten, miras a la gente, y te sientes muy feliz.  Has creado un amortiguador: por lo menos no estás tan enfermo como otros.  Has perdido una pierna; un poco más adelante, en la calle, ves a un mendigo que ha perdido ambas piernas y te consuelas.  Éstos son amortiguadores.  Miras siempre a aquellos que ni siquiera tienen lo que tú tienes.  De esta manera la vida se vuelve menos impactante, vives más confortablemente, más convenientemente y no te ves afectado. 
Poco a poco, los amortiguadores crean tal distancia entre tú y la vida que ya no te afecta nada.  Vives encapsulado dentro de tus amortiguadores, de tus filosofías, de tus consuelos. 
La vida termina un día; te puedes consolar: todo el mundo tiene que morir, no es algo que esté aconteciendo especialmente para ti, la existencia no es especialmente desagradable contigo, es algo que le sucede a todo el mundo.  O puedes empezar a creer en la teoría de la reencarnación, en que tú nacerás mientras el alma es eterna; de nuevo, un amortiguador.
O puedes pensar que sólo el cuerpo muere, y ¿qué es el cuerpo?  Nada más que huesos, médula, carne, sangre: nada que valga la pena, es algo inútil, una bolsa de basura, así que déjalo morir. 
En cambio tu alma pura va a existir para siempre; se ha creado un amortiguador.
Estos amortiguadores no te permiten ver lo que es la realidad; son una manera de consolarte.  Sin embargo, Confucio cree que el consuelo es lo último: cuando un hombre se puede consolar, conoce el arte de la vida. 
En esto, según piensa Confucio, consiste todo el arte de la vida: en vivir en este mundo miserable comparativamente en calma, no demasiado agobiado comparativamente. 
Sí, existe la desgracia, pero uno se puede proteger de ella creando concepciones, racionalizaciones.  Y la humanidad ha ido pasando de una racionalización a otra, pero siempre encuentra una nueva.
Por ejemplo, en Oriente existe una racionalización muy antigua; si eres infeliz, dicen, es porque has hecho algo equivocado en tu vida anterior.  
Algo ha funcionado mal en tu pasado, has creado un mal karma; por tanto, eres infeliz.  Las cosas tienen ahora una explicación; por tanto, uno tiene que sufrir.  Ya sembraste; ahora estás cosechando.
Me han contado de un hombre que era un sastre muy bueno.
Lo pillaron robando y lo condenaron a dos años de prisión. 
El alcalde del pueblo fue a verlo porque era el mejor sastre del pueblo, y todo el pueblo padecía por su ausencia; el alcalde también apreciaba mucho a este sastre.  Cuando fue a verlo a la cárcel, lo encontró dando algunas puntadas, cosiendo algo, el viejo hábito; además, ¿qué otra cosa podía hacer?  El alcalde entonces le preguntó: “Así que, según veo, ¿estás cosiendo algo?”.
Y el sastre respondió: “No señor, estoy cosechando”.*
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