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sábado, 1 de agosto de 2015

Mindfulness-5



Mindfulness-5
LA CARRETERA
El maestro comenzó por pedirme que me imaginara que me encontraba sentado al borde de una carretera con mucho tráfico, con una venda alrededor de mis ojos. «Ahora —dijo— quizá puedas oír el ruido de fondo, los coches pasando, pero no puedes verlos porque tienes tus ojos vendados,
¿verdad?» Me imaginé sentado en la hierba de la mediana de una autopista y asentí. «Así —continuó— antes de comenzar a meditar te puedes sentir un poco de ese modo. A causa de todo el ruido de fondo que hay en la mente, todas las ideas, hasta cuando te sientas para relajarte o te vas a la cama por la noche parece que el ruido continúa, ¿verdad?» Era difícil discutir eso, porque desde luego siempre había un cierto volumen de ruido de fondo o de actividad en mi mente, hasta cuando no era consciente de los pensamientos individuales
«Ahora, imagina que te quitas la venda de los ojos —continuó—». «Por primera vez ves la carretera, es decir, tu mente, de forma clara. Ves a los coches pasar, los diferentes colores, formas y tamaños. Quizá a veces te sientas más atraído por el sonido de los coches, y en otras ocasiones te resulte más interesante su aspecto. Pero eso es lo que sucede cuando te quitas la venda por primera vez.» Y empezó a reírse solo. «¿Sabes? —me dijo—, a veces es en este punto cuando la gente que aprende meditación empieza a decir cosas raras. Comienzan a acusar a sus pensamientos y sentimientos durante la meditación. ¿Puedes creértelo?», me preguntó, socarrón. «Vienen a decirme: “No sé lo que está pasando, no sé de dónde vienen todos esos pensamientos. Normalmente nunca pienso tanto; debe ser que la meditación me hace pensar todo el rato”, como si la meditación fuera algo que empeorara aún más su situación.» Su risa se fue apagando conforme retomaba el hilo de su explicación.
«Así pues, lo primero que tiene que quedar claro es que la meditación no te hace pensar, sino que hace brillar una luz en tu mente, de modo que puedes ver más claramente. Esta luz brillante es la consciencia. Puede no gustarte lo que veas cuando enciendas esa luz, pero será un claro y ajustado reflejo de cómo se comporta tu mente diariamente.» Me senté y medité acerca de sus palabras. Tenía toda la razón en una cosa: había estado echando la culpa del estado de mi mente a la meditación desde el principio. No podía creer que mi mente estuviera en ese estado todo el tiempo. O por lo menos, no quería creer que esa fuera su situación real. Me preguntaba incluso si es que no habría solución para mi caso, si ninguna cantidad de meditación, por mucha que esta fuera, podría serme de ayuda. Y resultó que este era un sentimiento sorprendentemente común, así que tranquilízate si te ocurre también a ti.
Mi maestro pareció intuir lo que estaba cavilando e interrumpió el curso de mis pensamientos.«Ese es el aspecto que tiene la mente al principio — dijo con suavidad—, pero no solo la tuya, sino la de todos. Por esa razón es tan importante la práctica. Cuando ves a la mente en ese estado de confusión es muy difícil saber qué hacer. A muchas personas les resulta imposible no entrar en un estado de pánico. A veces las personas tratan de detener los pensamientos a la fuerza. En otras ocasiones tratan de ignorarlos, o de pensar en otra cosa. O, si los pensamientos son interesantes, pueden incluso tratar de animarlos, y se involucran en ellos. Pero todas estas tácticas son simplemente modos de evitar la realidad de lo que es. Si piensas de nuevo en la carretera llena de coches de la que hablábamos, no hay ninguna diferencia en levantarse del arcén en el que te encontrabas, correr entre los coches y tratar de controlar el tráfico.» Se detuvo un momento. «Es una estrategia bastante arriesgada», añadió, riéndose de nuevo.
¿Te suena familiar? Una vez más, tenía razón. Eso es exactamente lo que había estado haciendo, y no solo durante mi meditación. Lo dicho resumía mi vida en general. Había estado tratando de controlarlo todo. Ver el caos de mi mente cuando me senté a meditar, simplemente había disparado mi habitual tendencia a saltar y hacerme cargo de las cosas, de tratar de solucionarlo todo. Cuando eso no funcionaba, simplemente redoblaba el esfuerzo. Pero eso es a lo que se nos ha enseñado desde jóvenes, ¿verdad? «Debes intentarlo con más ahínco.» Así que yo lo intenté con más ahínco. Pero resulta que ninguna cantidad de esfuerzo resultará en una sensación de calma.
Mi maestro continuó con una sugerencia. «Aquí tienes una idea: en lugar de correr entre el tráfico tratando de controlarlo todo, ¿por qué no tratas de quedarte en el lugar que estás durante un momento? ¿Qué sucede entonces? ¿Qué sucede cuando te quedas al lado de la carretera y simplemente miras cómo pasa el tráfico? Quizá sea la hora punta y la carretera esté llena de coches, o quizá estés en mitad de la noche y haya muy pocos coches. Eso realmente no importa. La cuestión es acostumbrarse a “coger sitio” en el margen de la carretera y ver cómo pasa el tráfico.» Pensé que la idea de simplemente ver pasar los pensamientos era muy sencilla de imaginar, y por una vez me entraron las prisas de regresar al cojín de meditación.
«Cuando comiences a abordar tu meditación de este modo te darás cuenta de que tu perspectiva cambia —me dijo—. Al retroceder desde los pensamientos y los sentimientos, verás cómo se produce una sensación de mayor espacio. Puedes sentirte como si fueras simplemente un observador, observando cómo los pensamientos, el tráfico, va pasando. A veces puedes olvidarlo —añadió con una sonrisa cómplice—, y antes de que te des cuenta estarás corriendo por la carretera detrás de un coche de lujo. Eso es lo que sucede cuando experimentas un pensamiento agradable. Lo ves, te sientes atrapado por él, y acabas corriendo detrás del pensamiento para atraparlo.» Ahora se reía a carcajadas mientras me imaginaba persiguiendo a los coches. «Pero de pronto te darás cuenta de lo que estás haciendo, y en ese momento tendrás la oportunidad de regresar a tu asiento en la orilla de la carretera. En otras ocasiones puedes ver venir tráfico cuyo aspecto no te agrade. Quizá sea un coche viejo y oxidado, un pensamiento desagradable, y sin duda te lanzarás de nuevo a la carretera con la intención de detenerlo. Puedes intentar resistirte a ese pensamiento o a ese sentimiento durante algún tiempo, hasta que te des cuenta de que ya estás de nuevo en la carretera. Pero en el momento en que esto suceda, tendrás una nueva oportunidad de regresar a tu asiento del arcén una vez más —continuó hablando, pero ahora con mayor parsimonia—. Con el tiempo, esto te resultará más fácil. No querrás saltar a la carretera tan a menudo, y encontrarás más y más sencillo simplemente sentarte y observar los pensamientos pasar. Este es el proceso de la meditación.»
Merece la pena tomarse algún tiempo para reflexionar sobre esta analogía, y mientras permanecí sentado allí medité sobre sus palabras. Todo tenía sentido, al menos en la teoría. Pero había un par de puntos que no encajaban. Si yo permanecía allí sentado como un observador de los pensamientos, entonces ¿quién los creaba? ¿O es que yo podía hacer las dos cosas al mismo tiempo? «Tus pensamientos son autónomos —explicó
—. «Por supuesto, si quieres pensar sobre algo, puedes hacerlo. Tienes esa habilidad para reflexionar, recordar, o proyectarte hacia el futuro e imaginar cómo pueden ser las cosas. Pero ¿qué sucede con los pensamientos que «estallan» en tu mente cuando te sientas a meditar, o cuando caminas por la calle, o sentado en tu escritorio tratando de leer un libro? ¿Qué pasa con esos pensamientos? No fuiste tú quien los trajiste a la mente, ¿verdad? Ellos vinieron solos. En un momento te encuentras leyendo un libro, y al siguiente el pensamiento de un viejo amigo “aparece” en tu mente. No habías pensado en él desde hace hacía mucho tiempo, y no has hecho ningún esfuerzo consciente para traerlo a la mente y, sin embargo, ¡aquí está!» Se trata de algo que, desde luego, he experimentado un buen montón de veces. No sé si es algo que te sucede a ti, pero a menudo he comenzado a leer la página de un libro, y he llegado al final de la misma para darme cuenta de que no me he enterado de una sola palabra. Inevitablemente, en algún momento a lo largo del camino un pensamiento había hecho su aparición, y me distrajo, casi siempre sin ni siquiera darme cuenta de ello.
«Así pues —continuó—, esos pensamientos que con tanto esfuerzo tratamos de suprimir, de alejar o de detener, surgen cuando quieren,
¿verdad? Nos gusta pensar que controlamos nuestras mentes, que controlamos el flujo del pensamiento, pero si eso fuera posible no habrías recorrido medio mundo para buscar mi consejo, ¿verdad?» Me señaló, riendo. «De hecho, si fuera posible controlar tus pensamientos, entonces no habría razón alguna para estresarse. Simplemente bloquearías los pensamientos desagradables y vivirías en paz solo con los pensamientos agradables.» No podía creer lo obvio que sonaba mientras lo explicaba de ese modo. Era casi como si, a algún nivel, ya lo hubiera sabido desde siempre, pero hubiera olvidado aplicarlo a mi vida. «Pero ¿y los pensamientos productivos? —le pregunté—. ¿Qué sucede con los pensamientos productivos, aquellos necesarios para resolver los problemas?»
«No estoy diciendo que todos los pensamientos sean malos — me dijo
—. Necesitamos la habilidad de pensar para poder vivir. Del mismo modo que la carretera se hizo para que los coches pudieran viajar por ellas, así la mente existe para experimentar los pensamientos y los sentimientos. Así que no cometas el error de pensar que todos los pensamientos son malos. No lo son. Solo necesitamos saber cómo relacionarnos con ellos.» «Lo que necesitas preguntarte a ti mismo —continuó— es cuántos de tus pensamientos son útiles, productivos, y cuántos son inútiles o improductivos. Solo tú puedes responder a eso. Estoy asumiendo que, como has hecho todo este camino para venir a verme, tus pensamientos te ocasionan problemas a veces, así que quizá algunos de ellos no son tan útiles.» No había duda alguna a ese respecto. Una gran mayoría de mis pensamientos entraban dentro de la categoría de los «inútiles e improductivos». «Si estás preocupado por el hecho de perder los pensamientos creativos —dijo, mientras hacía un gesto algo displicente—, primero tienes que pensar de dónde proceden. ¿Acaso esos momentos de inspiración provienen de unos pensamientos fríos y racionales, o surgen de la tranquilidad y el amplio espacio de la mente? Cuando la mente está siempre ocupada no hay espacio para que esos pensamientos surjan, así que entrenando tu mente lo que estarás haciendo es habilitar más espacio para que esos pensamientos creativos surjan. La cuestión es que no debes convertirte en un esclavo de tu mente. Si quieres dirigir tu mente y usarla bien, entonces no hay problema. Pero ¿de qué sirve la mente si ésta se encuentra por todas partes, sin sentido alguno de dirección o estabilidad?» Tras agradecer a mi maestro que me hubiera dedicado su tiempo, regresé a mi habitación para meditar lo que habíamos hablado. Cada punto parecía ser tan importante como el anterior. A mí me resultaba un modo completamente diferente de acercarme a la meditación, y sospecho que te puede ser útil a ti también. En ese breve encuentro había aprendido que la meditación, dentro de un contexto de atención plena, no consistía en detener los pensamientos y en controlar la mente. Era un proceso de renunciar al control, o de dar un paso atrás, de aprender a cómo concentrar la atención de un modo pasivo, mientras simplemente hacemos descansar a la mente en su consciencia natural. Mi maestro había explicado que saber cómo dar un paso atrás y no verse absorbido continuamente hacia el dominio de los inacabables, improductivos y a menudo estresantes pensamientos era una habilidad, todo un arte. Había aprendido cómo los pensamientos eran autónomos y cómo ninguna fuerza, por muy intensa que esta sea, podría evitar que surgieran.
A lo largo de las siguientes semanas me fui entusiasmando cada vez más con mi meditación. Esta nueva forma de abordar la misma técnica había supuesto toda una revelación. Fue algo diferente ya desde el primer momento que lo intenté. Por supuesto, a veces lo olvidaba y regresaba a mis viejos hábitos, pero poco a poco las nuevas ideas comenzaron a enraizarse. A veces la mente continuaba estando muy ajetreada, como mi maestro me había anunciado, pero en otras se quedaba muy, muy tranquila. Era como si el volumen de vehículos en la carretera hubiera descendido a un nivel que me permitía observarlos con una claridad mucho mayor. Y no solo eso, sino que el espacio entre coche y coche era ahora mucho más amplio, mucho mayor. De hecho, en ocasiones parecía que no hubiera coches. Y era entonces cuando finalmente comprendí la confusión que había experimentado mientras aprendía a meditar. Después de escuchar todas esas expresiones como «no pensar» o «espacio vacío», siempre había asumido que era algo que yo tenía que hacer. Sin embargo, resultó que es «no haciendo» cuando esos momentos surgen. Es dando un paso atrás y permitiendo a la mente desplegarse a su tiempo y a su modo cuando encontrarás una verdadera sensación de espacio mental.
Continuará...
Andy Puddicombe-

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