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viernes, 12 de junio de 2015

A la persona le aterra perder su “ego"




Más allá de si la vida tiene un sentido último, cada uno puede conferirle a la vida el sentido, el significado y el propósito que quiera. ¿Qué vamos a hacer con nuestra vida? Somos seres en evolución de instante en instante, y si nos lo proponemos podemos mejorar y madurar. Empezamos a cambiar y mejorarnos ahora o nunca, pues de otro modo incurrimos en la “enfermedad del mañana”, y la vida se consume sin haber hecho nada por nuestro mejoramiento ni por los demás.
El cambio interior solo sobreviene mediante el esfuerzo bien dirigido, la disciplina y el autoconocimiento. La senda hacia la liberación es gradual y, como nadie puede recorrerla por uno, no existe otra posibilidad que hollarla o seguir empantanado en el doloroso terreno de la ignorancia.
En la senda hacia la completa evolución de la conciencia, es necesario trabajar sobre la mente para ordenarla, desarrollarla y purificarla. El desarrollo de la conciencia suscita sabiduría y de la sabiduría nace la compasión.
La conquista de lo ilusorio para alcanzar la sabiduría liberadora es a través de la virtud, la meditación y el entendimiento correcto, sin dejar de revestirnos de la genuina humildad que nos alentará a seguir aprendiendo sin cesar, puesto que somos aprendices en la senda hacia lo Inefable.
El que se ejercita espiritualmente obtiene otro estado de conciencia que se caracteriza porque ya no se deja afectar de igual modo por las circunstancias y permite vivir la vida con sabiduría, simplicidad y sencillez. El que logra establecerse en la esencia de la mente y no se deja arrastrar por tendencias hacia el pasado ni hacia el futuro se conecta, sereno y desasido, con lo que a cada momento surge y se desvanece.
No es fácil ser un verdadero librepensador y tener la capacidad de mirar más allá del yo y del apego a las propias ideas y a los estrechos puntos de vista. El trabajo está en ir transformando la mente y superando patrones, esquemas y adoctrinamientos, así como toda suerte de esas “zonas oscuras” que falsean el conocimiento y la percepción.
A la persona le aterra perder su “egoidad”, cuando si se descorre el velo del egocentrismo, uno se encuentra cara a cara con su verdadero yo real. Muchos mueren por no querer ver morir a su ego y otros hallan la verdadera vida cuando es su ego el que muere.
Desde la perspectiva del ego todo se convierte en una contienda, un combate, un escenario en el que afirmarse y vencer. Así es el ego. Nunca está satisfecho y por eso nunca es feliz. Cuanto más ego, más vulnerabilidad, intranquilidad, ansia y desvelos. Sin tanto ego uno comienza a ser más dichoso. Hay que tener un ego maduro pero controlado, puesto al servicio de la razón y la compasión.
En la sociedad se valora a las personas por lo que tienen o aparentan, pero no por lo que son. Al ponerse el énfasis en la personalidad, no se repara en lo esencial. Los que así proceden son víctimas de ellos mismos de su propia banalidad y viven de espaldas a su sol interior.
Si algo necesita este mundo convulso es
amor; si algo requiere esta sociedad atrozmente competitiva y orientada hacia la posesividad y la hostilidad, es compasión. La más alta posesión de un ser humano es poder contar consigo mismo, desde la humildad y no desde la prepotencia, siendo intrépido en la búsqueda interior, aprendiendo a vencerse a uno mismo, poniendo el énfasis en desplegar lo que es beneficioso para todos.
Es un sabio no el que acumula conocimientos, sino el que se libera de las ataduras de la mente y supera las ilusiones del ego; es un sabio el que en su propio corazón siente el corazón de todas las criaturas, sin perder su eje de quietud; es un sabio el que se libra de las redes de la ignorancia a través de experiencias profundas que lo transforman y permiten que resplandezca su luz interior.
Ramiro Calle

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