PRESENCIA SOLAR
Hay veces en la vida que me he sentido huérfano, no reconocía a mis padres como tales, lo digo con toda la sinceridad del mundo. Me sentía tan lejos de cuanto me rodeaba: conversaciones, expectativas de futuro, intereses cotidianos… que me reafirmaba en mi pensamiento.
Con los años he comprendido que estaba en lo cierto y a la vez equivocado.
Me explico: reconocí a mi madre y padre como tales, aquellos que ofrecieron sus células para que formaran juntas un cuerpo que desde el principio tomara vida, latiendo un diminuto corazón y alrededor todo un sistema solar: su sol, sus planetas, sus satélites, asteroides… Cuando, pasado el tiempo, aún en la infancia, miraba absorto las estrellas pensaba: “Hay está mi hogar, mi padre”. Era absurdo, pero así lo sentía…, a pesar que todo indicaba que sólo hay lo que se ve y dura cierto tiempo, después se disuelve en la nada…
Cuando, un día, temprano, en que iba a ir de excursión con los demás compañeros de clase por primera vez al Museo del Prado, me acerqué a casa de mis abuelos maternos, pues mi madre estaba allí, aunque no recuerdo por qué fui, quizás para recoger un bocadillo, me encontré por primera vez con la muerte. Mi abuelo, en su habitación, tumbado en su cama, pálido, con los ojos cerrados, junto a él una botella de oxígeno ya desconectada. Mi madre, mi abuela, mi tío… todos en silencio. Seguro que les saqué de aquel momento lleno de tristeza e incomprensión… Marché sin decir palabra.
Prácticamente no recuerdo nada más de ese día, salvo que era viernes… Llegó la noche, me acosté como cualquier día, pero no fue un día más, por primera vez lloré amargamente sin que nadie se diese cuenta, era algo tan íntimo…, tan mío. La visión de la muerte me impactó, y aún más no poder volver a jugar con mi abuelo, Mariano se llamaba. No me encajaba en lo más hondo de mi joven alma este momento de la vida; no tenía sentido vivir unos pocos, o muchos años, y que todo quedara en nada tras pasar por este mundo, que para muchos es duro y cruel, salvo en algunos momentos de alegría. “Hemos venido a sufrir”, escuchaba una y otra vez, y dentro de mí me rebelaba ante tal idea nefasta.
Crecía en mí un impulso cada vez mayor sobre mi ascendencia, algo me decía una y otra vez que mi intuición infantil no estaba equivocada y aún más importante, que la muerte no era nada. No sabía por qué, pero así lo sentía y vivía.
¿Cómo encajarlo? No había nada que encajar, sólo vivir, experimentar la vida en las facetas que me iba encontrando. Sentir el amor, el dolor, la pasión, dejarme llevar por emociones nuevas… Mi alma bullía pletórica. Entonces comenzaban a emerger pensamientos que intentaba asimilar. Un interés por mi “otro” padre crecía en mí, de tal modo que mi vida cambió…
Busqué darle forma y sentido y sin saber cómo, vi. Nunca he manejado ninguna facultad extrasensorial, si ha sucedido, soy ajeno a su mecánica y voluntad. Vi, ante mí, a unos dos metros, unas escenas en tres dimensiones y a todo color en las que yo me encontraba inmerso. Eran vivencias que no había vivido aún, supe que se referían al futuro, no a un día concreto sino que tendrían lugar a lo largo de los años… muchos años. Entonces tenía recién cumplidos dieciocho…
Sentí que en mí vivían dos almas, una joven y una vieja… Ambas se han encontrado y alejado a lo largo de los años; se han peleado; intentado dominar la una a la otra como si fueran un ángel y un demonio… Hasta que me di cuenta que ambas eran en realidad una sola. Que el “conflicto” no era más que consecuencia del contacto desde aún antes de nacer de “algo” que soy yo, con la materia formada por una semilla de vida que también soy yo. Fundir dos aspectos de mí mismo, aparentemente opuestos, no es nada fácil… Es cuestión de voluntad y ambos tienen una fuerte personalidad… Comprendí que el sufrimiento es la fricción violenta, hasta que experimenté la caricia y la sonrisa. Dejé mis armas, el odio, la rabia, la ira… contra el mundo, contra mí. Desarmado me dije: “Haz ahora lo que quieras conmigo, no quiero más guerras, más sufrimiento”. Y como una ilusión, mi “otro” yo, desapareció y me di cuenta que siempre fui yo, uno, el que experimentaba la Vida.
Vida, ¿cuántas veces pronunciamos esta palabra?, ¿comprendemos su sentido, su más profundo sentido? Supe que la muerte no existía, era también parte de la ilusión… Sólo hay VIDA. ¡Bendita Vida!
Y, ahora, sé que también soy hijo del Sol, del que vemos todos los días y del que le da la Vida, un Sol que no se ve, que vive en mí, en todos, que no es dos sino Uno. Y esta Presencia Solar es la VIDA, eterna VIDA… KHAI, la que siempre Es.
Esta Presencia es una semilla que crece, hecha con la misma esencia del Sol, un fuego que alumbra aun en la oscuridad. Una semilla germen de un futuro que Ya ES. A la que solo hemos de alimentar con amor, el único que la hace elevarse hasta florecer.
Ángel Hache
http://escrito-en-el-viento.blogspot.com.es/
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