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domingo, 29 de marzo de 2015
LIBRO EL SILENCIO DEL MAESTRO CAPITULO 10.- SERENA
LIBRO EL SILENCIO DEL MAESTRO
CAPITULO 10.- SERENA
Los tres salieron hacia la casa de Efraím. El vivía en la parte más antigua, bastante cerca de la antigua casa de Sara. No era muy grande, pero tenía dos plantas. En la parte inferior tenía una pequeña escuela en la que impartía conocimientos sobre la Torah a los pequeños, labor que había suspendido temporalmente dada su precaria salud. En la parte superior estaba la vivienda, muy humilde, pero acogedora. Raquel se sintió en ella maravillosamente. Había algo en ella que abrazaba, como su inquilino. Era un hombre de unos setenta años, de pelo sedoso y blanco, ojos claros y rostro acartonado. La enfermedad había hecho mella en él, pero aún así su cuerpo delataba una buena estatura y constitución atlética. Era la primera vez que veía de cerca de un rabí auténtico. Cuando Sara se lo presentó, instintivamente Raquel le besó la mano. Jamás había besado la mano de nadie, ni pensaba hacerlo en su vida, fuese quien fuese, ni al mismísimo Papa si se le presentase. Por eso, aquélla reacción suya la sorprendió.
- ¡Hija, no tenías por qué haberme dispensado este saludo! Tu eres cristiana, y para conmigo no tienes obligación y protocolo alguno.
- ¡Pero es que me ha salido del alma, Efraím, yo no saludo así a nadie, es la primera vez! Quizá sea porque mi corazón ha reconocido en usted a un verdadero servidor de Dios.
- ¡Es lo más bonito que me han dicho en mi larga vida, hija! Exclamó el anciano conmovido.
Y después de ponerle al corriente de las últimas noticias, pasaron a tratar el tema de la boda religiosa de Micael y Raquel. Fue concretada una fecha, para dentro de 15 días, pero siempre adaptándose a los que tenían que venir de fuera, sea el caso de los amigos de ella y los de Micael que vivían fuera de Israel. También se quedó, en que todos los días, durante un ratito, ella pasaría a casa de Efraím quien la iría poniendo al corriente de los ritos sagrados de los esponsales. La ceremonia se haría en la sinagoga, y él sería el ministro o sacerdote. Actualmente le suplía su ayudante debido a su enfermedad, pero no quería perderse la ocasión de casar al hijo de Sara y Josué. También, la premura de la fecha, era por la mala salud del venerable anciano.
Al cabo de dos horas de tertulia, y una vez que Sara le ayudó a acostarse, abandonaron la casa. Sara se fue a preparar algo de cena y los tres se dirigieron hacia la vieja vivienda de su madre. Y en el trayecto Raquel disfrutó contemplando aquél pueblo. No tenía nada que ver con la zona donde vivían ahora. Era pequeñito, acogedor, olía a mar y tenía en el ambiente un encanto especial que enamoraba, y con la luz tenue de la luna llena, parecía el típico pueblecito de un cuento de hadas.
Al llegar al final de la calle principal, subieron una cuesta y allí estaba Serena, nombre que le habían asignado los padres de Sara. Raquel, cuando la vio, se quedó paralizada. Tuvo que apoyarse unos instantes en su marido porque las piernas no le obedecían. Micael no le hizo ningún comentario, y cuando se disponía darle su mano para ayudarla a subir, ella echó a correr hacia el jardín exquisitamente cuidado por Sara. Los dos hermanos la siguieron, y cuando la alcanzaron, vieron a Raquel llorando y riendo. Era un nudo de nervios. Tenía un cierto toque de histeria, pero su rostro resplandecía más que nunca.
- ¿Mi amor... qué tienes? Preguntó Micael cogiéndola por los hombros.
- ¡Que yo ya había estado en esta casa, Micael, la conozco, he soñado cientos de veces con ella! ¡Es esta casa... seguro!
- ¡Pero tranquila, mujer, que te va a dar algo! Exclamó Jhoan riéndose.
- ¡Este es el jardín... hasta el más mínimo detalle! En él había siempre una mujer madura, de unos sesenta años, con cara de ángel y bastante gordita. Era rubia, y cuando le veía cuidando del jardín no podía creer que de sus manos tan hinchadas y torpes salieran flores tan hermosas.
- ¡Pues esa mujer es nuestra madre, Raquel, la has retratado perfectamente!
- ¿Sara...? Pero si no tiene nada que ver su aspecto con el de la mujer del sueño. Tu madre tiene el pelo blanco, es delgada y tiene unas manos perfectas.
- No, mi amor. ¡Ahora sí... pero hace unos años no! Mi madre antes era totalmente rubia, como mi hermano, y debido a su enfermedad, estuvo bastantes años con mucho sobrepeso y sus manos y pies deformados por la hinchazón. Pero al cabo de un tiempo de tratamiento, empezó a regularse, y ahora es la mujer que tú conoces. Y fue por aquélla época, precisamente, cuando mi madre, para hacer ejercicio con sus manos, se dedicó a cuidar los dos jardines.
- ¡Dios Santo... entonces era ella!
- ¿Y qué más viste hermana?
- ¡Toda la casa, solo que ya la habitábamos y tenía otra distribución!
- ¿Y quienes a parte de ti vivían en ella?
- Vi a David que trabajaba constantemente delante de un ordenador en la parte de arriba, que en el sueño, eran dos piezas: una era una habitación-dormitorio con un gran ventanal, cuya vista era al mar. Había tres mesas grandes metálicas, con un ordenador cada una. David estaba siempre sentado en una de ellas, y las otras dos las ocupaban dos hombres a los que conocía mucho pero cuyas caras no conseguía ver. En el centro del despacho había una escalera en espiral, metálica también, que comunicaba con el piso de abajo, donde había un gran salón y una cocina de grandes dimensiones. También había grandes ventanales, y era precioso, porque te daba la sensación de estar dentro del jardín. Y toda la casa estaba llena de plantas.
- ¿Y tú qué hacías allí? Preguntó intrigado Micael.
- Pues la verdad es que me pasaba el tiempo subiendo y bajando las escaleras de espiral. ¡Era agotador!
- ¿Y sólo hacías eso?
- No, siempre iba con folios, libros, o bandejas llenas de tazas de café para los de arriba.
- ¡Cuidando de nosotros! Ya ves mi amor, que en ocasiones los sueños son más que simples sueños. Tú has estado creando en esta casa con tu corazón. Ahora tienes que darle la forma a tu creación. ¡Ya no hay ninguna duda, este va a ser el centro de nuestras operaciones, y tú vas a realizarlo!
- ¡Pero hermano... si hacemos de esta casa un taller de trabajo, nunca vais a tener intimidad!
- ¡No te preocupes, Jhoan, porque supongo que no se trabajarán las 24 horas del día...! Además, acepté compartir mi marido con el mundo. ¡El día para él, y la noche para mí!
- ¡Mira que lista... no eres tonta, no, sabes elegir bien! Exclamó Micael rodeando a su mujer por detrás con sus brazos.
- Y dime mi amor, ¿cómo es esa habitación dormitorio que ves en sueños? - - Una pieza grande, cuadrada, con un ventanal de cristal que ocupa todo el lateral de la pared, el suelo cubierto con alfombras mullidas salpicadas de mil colores...
- ¿Y la cama, cómo es? Y ante aquélla pregunta de su marido, Raquel se echó a reír...
- ¡Lo siento, amorcito... pero la cama en el sueño tenía dimensiones bastante grandes!
- Bueno, y... ¿no podrías volver a introducirte en ese sueño y crear una más pequeña...?
Y ante aquélla exclamación –súplica de su marido, con cara de niño bueno pidiendo un apetitoso dulce, Raquel dejó de reírse para ir a acariciar el rostro de Micael.
- ¡Mi amor... ese detalle de la casa... te lo dejo a ti!
- ¿Y si luego no estás conforme?
- ¡Mi amor, ya se cuales son tus gustos... y lo que decidas, me parecerá maravilloso!
- Bueno, entonces, ¿habrá que empezar a moverse, no...? ¡Hay mucho que hacer!
- No creas, Jhoan, para nada. En realidad la casa solo necesita dos tabiques nuevos, puertas y ventanas nuevas, que eso en cinco o seis días te lo hacen dos hombres perfectamente. Luego habrá que pintar y arreglar algo de la instalación eléctrica y el sistema de tuberías. Otros seis o siete días. Reparar el tejado, de tres a cuatro días, y al final de todo, amueblarla, que tampoco es difícil, y eso lo podemos hacer entre los tres.
- ¡Pero habrá que comprar los muebles y electrodomésticos!
- No, solo los ordenadores, que lo haremos mañana, y las mesas de despacho. El resto lo tengo ya en el chalet de Tel-Aviv. Nos traemos todo aquí.
- ¿Y vas a dejar aquello desolado?
- Es que visto el panorama... creo que lo mejor es venderlo. ¿Qué pensáis?
- Lo importante es lo que sientas tú, Raquel, lo compraste para que fuera tu casa, y lo hiciste con mucha ilusión...
- ¡Pero eso fue antes de conoceros a vosotros! Esta es mi casa, tú eres mi marido, y tú eres mi hermano, y Sara... es mi madre. ¡Y sin olvidar a mis queridos amigos de Madrid! Y ahora el chalet está de más. Y sé que cierta persona, cuando le diga que lo vendo, va a ponerse a saltar de contento. Es un vecino de la urbanización que quería comprarlo para un hijo que vive en el Este de Europa y que quiere venirse para aquí, ya que tiene un contrato de trabajo. Llegó tarde, pues ya lo había comprado yo. Y ya entonces me dijo que si me decidía a venderlo, que contara primero con él. Y me ofreció una cantidad muy superior a la que había pagado por él.
- ¿Y qué vamos a hacer con tanto dinero? No vamos a tener tiempo de gastarlo todo, mi amor.
- Micael, cinco años es mucho tiempo trabajando, y te aseguro que vamos a necesitarlo, lo sé por experiencia. De todas formas, cuando nosotros no estemos, siempre quedará alguien para seguir con la labor y también necesitarán recursos.
- ¡Por favor, muchachos, no volváis a sacar este tema de los cinco años! ¡Me pongo enfermo!
- Pero Samurai... hermano...
- ¡La leche, Micael! ¿Crees que para mí es gracioso el saber que dentro de cinco años me quedaré sin hermanos?
- ¡Jhoan, a todos nos llegará el momento, tú también tienes esa cita, hermano!
- Pero vuestro momento no es el mío, lo sé, me llegará cuando lleve doce años añorando vuestra presencia y deseando con toda mi alma que llegue esa hora para estar con vosotros. ¿Por qué, Micael, he de veros morir?
¿Por qué...?
- ¿Y por qué naciste 12 años más tarde que yo? ¡Tu serás nuestro relevo, hermano! Tu trabajo comenzará cuando termine el nuestro. Y dicho esto, Micael abrazó muy fuerte a su hermano y le llenó de besos el rostro.
- ¡Y que quede claro, hermano, que si vine doce años más tarde, fue por tu culpa!
- ¿Por mí...? ¡Pero que cara tienes! Lo que pasa es que querías ser el pequeñín de la casa y llevarte los mimos y caprichos de todos. ¡Eres una cara dura!
- ¿Será posible...? ¡Tú tardaste lo tuyo en reclamarme!
- ¡Vamos, hermanito, que nos conocemos...! Dí que tardaste en decidirte en el color de ojos que ibas a ponerte y en el lok de tu próxima imagen... ¡eres un presumido redomado!
- ¡Serás asqueroso! Y Raquel, oyéndolos, se reía a pierna suelta.
- ¿Y siempre estáis así?
- Hermanita, ¿tu has sufrido alguna vez a un jefe que ejerce de JEFE?
- ¡Pues sí... me ha tocado torear a unos cuantos, y es horrible, porque por regla general no saben mandar!
- ¡Pues encima de aguantar a éste como Jefe, tengo que venir aquí a ser su hermano pequeño! ¿No es como para compadecerme?
- Pues hombre... visto así... Pero dime, Jhoan... ¿es que Micael es un jefazo de los gordos?
- ¡Sí, y además de los inaguantables! ¡Pobre hermanita, la que te ha caído encima... yo lo sufro como hermano, pero tú como marido...! ¡Espera a que empiece a trabajar y saque su vena jerárquica...!
A todo esto, Micael escuchaba sonriente y muy paciente con las acometidas de su hermano. Se sentó en el suelo y cruzando las piernas siguió en disposición de escucha.
- ¡Qué, Micael, no te defiendes...! Exclamó Jhoan intentando picar a su hermano.
- ¿Defenderme de las cornadas de un cordero lechal? ¿Para qué...? Sigue, que está siendo muy divertido...
- ¿Pero es que contigo no voy a poder reñir nunca? ¡Todos los hermanos lo hacen entre ellos, y es bonito!
- No sabía que para ti era tan importante, Jhoan! Exclamó Micael levantándose del suelo. ¿De qué quieres que discutamos? ¿Me meto con tu nariz y tú con mis canas... o al revés...?
- ¡Déjalo, ya hermano!
- Que te estoy hablando en serio, Jhoan!
- Por eso mismo, hermano, porque lo dices en serio. Esta transformación tuya te ha convertido en un pánfilo ¡con todos mis respetos! ¿Dónde está tu visceralidad, hermano?
- ¡Muy activa, créeme, pero la utilizo en otros menesteres!
- ¡Ya me has jodido! Exclamó Jhoan en un estadillo de risa.
- Bueno, que... ¿os vais a pegar por fin o no? Preguntó Raquel.
- ¡Vamos a casa, viejo Samurai! ¿Quién te quiere más que tu hermano, dime...?
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