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lunes, 23 de marzo de 2015

La Luz del Amanecer Eterno



La Luz del Amanecer Eterno
Esta es la experiencia de una mujer, ya ser de Luz, que nos habla de cómo fue rechazada por su madre. Fue una niña no deseada, con gran falta de amor y sometida a humillantes castigos. Nos cuenta cómo encontró la paz en la Tierra junto a otra mujer, sin esperar a llegar al otro lado para ser feliz. (fragmento)
Aquí no existe la noche eterna sino el eterno amanecer, no habitamos en la oscuridad sino en la lumínica estancia celestial, no existe ningún rincón donde quedarnos atrapados sino el espacio libre, tan inmenso como queramos y tan acogedor como necesitemos.
Fui una niña no deseada y por ello poco amada al nacer, no recibí caricias ni fui acurrucada por mamá. Lloraba día y noche pidiendo cariño pero el rechazo de mi joven madre y la ausencia de mi padre no llenaban mi falta de amor. Cuando fui creciendo me volví una niña rebelde y muy activa, la falta de atención de mi familia por saber el motivo de mi actitud les llevó a considerarme una niña mala, mi abuela decía que era un castigo de Dios por ser hija de un hombre sin escrúpulos que se aprovechó de mi madre. Me castigaban siempre en una habitación oscura llena de trastos antiguos de mis abuelos que me aterrorizaba porque la poca luz que entraba de la calle creaba sombras que en mi imaginación creía monstruos o animales. Así día tras día. En la escuela me llamaban loca porque contestaba a los maestros y mi actitud era de rebeldía constante ante la vida.
Me cambiaron de escuela y por si fuera poco todo empeoró, unas monjas que parecían muy amables al principio se volvieron más que severas, crueles conmigo, me llegaron a pegar, como en casa; pero eso no fue lo peor, lo peor fue aquel cuarto tenebroso y oscuro más horrible que el de casa y sin comer, allí pasaba horas interminables. Crecí y mi actitud rebelde se fue transformando en docilidad, pasividad, largos silencios y miedo a todo. Creo que todos estaban contentos pensando que me habían domesticado como a un animal pero la verdad es que me habían convertido en una persona triste, miedosa y sin ilusión por la vida. Recuerdo estar en casa con mi madre sin hablar de nada, en eso silencios resonaba en mi mente las muchas veces que ella me reprocho que por mi culpa había desperdiciado su vida y yo me sentía tan culpable que sólo podía que llorar, hasta que un día dejé de llorar y le empecé a reprochar en silencio su actitud fría conmigo y su error al haberme concebido, fue el momento de marcharme de aquel lugar tan indeseable para cualquier niño. Decidí liberarla de mi presencia y liberarme de mi cárcel que debió ser un hogar.
Me fui tan lejos como pude con el poco dinero que me dio una vecina que había vivido mi historia de cerca y que de vez en cuando me daba chocolate y un abrazo.
(…)
Un día conocí a una mujer poco mayor que yo que tenía una tienda de galletas y pasteles, me ofreció trabajo y me acogió en su casa. Con el tiempo surgió el amor entre nosotras, algo que al principio me inquietó mucho pues jamás había tenido una experiencia amorosa con nadie y siempre pensé que cuando sucediera sería con un chico, pero no fue así, no sé cómo fue pero sus abrazos me hacían feliz como nunca lo había sido. Disfruté de su compañía y su amor hasta que la muerte me sorprendió en el oscuro sótano del almacén, me empecé a sentir mal y la oscuridad del lugar me llevó al recuerdo de mi infancia y mi cansado y viejo corazón no lo pudo superar. Cuando ella bajó todavía pudo decirme lo mucho que me había querido y con esa paz que siempre desprendió me dijo: hasta pronto mi amada, nos reencontraremos en la luz.
Poco tiempo pasó que nos reencontramos en la Luz, esa Luz que nunca se apaga, que disipa el miedo y te colma de amor como si sintieras un continuo abrazo del ser más amado.
(…)
- ¿Cómo te llamas?
- Fui Leonor
- Leonor ¿te reencontraste con tu madre?
- Todavía no, porque ella no está preparada, dicen los Maestros que le cuesta perdonarse y está en un proceso de elevación que requiere tiempo, está muy aferrada al dolor que sintió ella por desaprovechar su vida y torturar la mía. En cambio sí he podido abrazar a mi abuela, que lejos de ser tan severa ahora es un ser maravilloso como siempre intuí que era y a mi vecina Carla que vino con mi abuela a recibirme y a sor Muriel, una de las monjas que me encerraba en el cuarto oscuro de la escuela, que tras un abrazo me pidió perdón mil veces. La verdad es que Ana, la mujer con quién compartí mi amor me enseñó que cada uno hace las cosas como sabe, que nadie es malo porque quiere, es que no se sabe hacer mejor. Así pude ir perdonando y comprendiendo a todos los que me habían hecho sentir mala persona y me habían causado tanto dolor en mi vida. Ana me fue enseñando a vivir el presente con la esperanza en el futuro amanecer eterno y que debemos llegar a ese amanecer habiendo comprendido las cosas y perdonando. Ella fue mi Ángel en la Tierra.
-Gracias Leonor.
-Comprende y perdona, mejor dicho, perdona aunque no comprendas, no te lleves ni culpa ni resentimiento porque no sirven ni aquí en la Tierra ni en la Luz del Amanecer Eterno.
©Canalizado por Júlia García. Se concede permiso para compartir sin alteraciones, citando el canal y el sitio web:https://unashorasdeluz.wordpress.com/

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