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martes, 17 de marzo de 2015
ESCRITO I (2ª PARTE) EL AMOR .- MARÍA DE MAGDALA
ESCRITO I (2ª PARTE) EL AMOR .- MARÍA DE MAGDALA
El día amaneció caluroso en Jerusalén. En el hotel el aire
acondicionado brillaba por su ausencia, nada parecía funcionar,
quizás la metralla de la bomba que un suicida palestino explotó el
día anterior afectó la instalación eléctrica. La sangre inocente
seguía derramándose a cuentagotas un día sí, otro también.
Me asomé al balcón esperando que alguna ráfaga de viento
desviara su camino y me refrescara. Un rayo de luz me
deslumbró. Mi mente recorrió en un instante los casi dos mil años
que me separaban de otro tiempo, otra Jerusalén, otra morada…
Desde la ventana de la estancia donde dormimos vi al Maestro
en el patio interior de la vivienda de José de Arimatea. Un viejo
olivo en el centro y un pozo era todo lo que había en él. Extraía
agua María. El Maestro contemplaba en silencio sentado junto al
olivo la escena, ella se le acercó con un cántaro lleno de agua:
—Rabí —le preguntó con su cálida voz—, ¿quieres un poco?
—Sí —le contestó Él—, hoy va a ser un día caluroso. La
primavera está cercana y el Sol nos está bañando con su luz cada
vez con más intensidad, nada le detiene en su viaje celestial.
Absorto les observaba. ¡Cuántas palabras se vertían sobre ellos
sin conocimiento! Sí, era cierta la pasión que ella profesaba por la
figura del Maestro, pero no difería en nada por la que otros
también sentíamos por Él. Sólo algunas envidias generaban falsos
rumores. Aquellos que no veían con buenos ojos que tratara el
Maestro por igual a hombres y mujeres no dejaban pasar ocasión
de manifestarlo públicamente. Él nos ama a todos por igual, sin
ninguna distinción.
El Maestro nos conocía aún mejor que nuestros padres, sabía de
nuestras debilidades y nos trataba con sumo cariño y respeto. Era
paciente y no dejaba de decirnos que en cada uno de nosotros
estaba en plenitud la grandeza del Universo. Claro que, no todos
lo interpretábamos del mismo modo, nuestras personalidades a
veces hacían que la humildad que Él nos solicitaba tan
encarecidamente, no surgiera.
—¡María! ¡Descansa un poco y siéntate! —exclamó el
Maestro―. Te vengo hablando con insistencia de los planes de mi
Padre para con vosotros, tú especialmente tienes un papel muy
importante en sus designios. El hombre lleva siglos gobernando
con mano dura, imponiendo sus criterios y en la mayoría de las
ocasiones anulando la sensibilidad, la belleza y la intuición que
vosotras representáis. Aún queda mucho tiempo para que este
desequilibrio termine, pero la semilla está plantada y sin ninguna
duda germinará en su momento. Debes conservar, generación tras
generación, hasta mi vuelta, la verdad que vive adormecida en ti.
—¡Rabí! ¿Dónde vas? ¿Nos abandonas? —Con preocupación
preguntó María.
«Nada has de temer —sonriente le contestó―. Aunque no me
veas, siempre estaré a tu lado y al lado de todas tus hermanas y
hermanos. En la Casa de nuestro Padre ya están preparados los
aposentos que por derecho os corresponden, nadie puede
arrebatároslos.
Los ciclos del Sol como los de las demás estrellas hay que
respetarlos. Ten por seguro que la balanza se inclinará una vez
más a vuestro favor y la humanidad abrirá unos pétalos más de la
flor en la que os estáis convirtiendo, la más bella flor del Paraíso.
Vuestras cualidades femeninas harán bien su trabajo. No lo dudes.
Y después, en una armonía que nunca conoció este mundo,
trabajaréis al unísono para expandir la Verdad y el Amor por el
Universo. Mas antes, muchos rostros has de mostrar, pero no
olvides que tras ellos un solo Espíritu les alienta, nuestro Padre
vive en Él por siempre. No lo olvides María de Magdala.»
Embelesado continué contemplándolos. María, con su cabello
moreno al descubierto; su estatura algo superior a la media; su
belleza exterior reflejando la interior, con una fuerte personalidad.
Era su humildad lo que más destacaba en ella, se apreciaba que en
el norte la mujer estaba mejor considerada que aquí en Jerusalén.
Y Él con su túnica de lino blanco…
Llenaban de paz el lugar. No dejaba de escuchar con suma
atención las palabras que el Maestro le comunicaba a María.
Muchas preguntas se agolpaban en mi mente, pero no era tiempo
de interrogaciones sino de vivir con intensidad cada instante junto
a ellos. Él nos iba dando con sutileza y sabiduría aquello que
necesitábamos en cada momento, nunca dejó de hacerlo.
Una brisa de viento helado me erizó el bello. ¡Por fin el aire
acondicionado funcionaba! Me trajo a la realidad de otro tiempo,
el actual. ¡Cuánta verdad y sabiduría en su Palabra! Ésta, se iba
cumpliendo a través de los tiempos, pues los pétalos de la flor al
calor del Sol del Padre están mostrando, aún tímidamente, el fruto
que encierra, mas su perfume se extiende inexorablemente por
toda la Tierra alterando el desequilibrio de siglos y siglos de
oscuridad.
¡La oscuridad está desapareciendo en la Luz que la creó!
Y en la calle unos niños, judíos y palestinos, juegan juntos con
una pelota ajenos por completo al mundo que les rodea, son el
futuro...
EL ANCIANO JUAN
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