1.- El segundo Portal se abrió de par en par.
Euristeo mandó llamar a Hércules y le dijo que debía capturar el
toro sagrado que el rey Minos de Creta poseía, y llevarlo desde la isla
a la tierra firme. No le dio más instrucciones.
Hércules buscó primero y persiguió después al toro sagrado,
guiado por la estrella luminosa que brillaba sobre su frente. Así lo
siguió hasta su refugio y él sólo, lo capturó y lo condujo hasta la costa,
montado en él a horcajadas y, luego, a través de las aguar del mar, que
separaban a Creta de la tierra firme, hasta la ciudad de los cíclopes.
2.- De acuerdo con la ley universal, Hércules ha iniciado su
segundo trabajo en el plano mental.
Porque, en la ejecución de cualquier plan creador, primero es el
impulso del pensamiento y, luego, el del deseo. Primero el estado de
conciencia mental y, luego, el de la sensibilidad, que se desarrolla en
el mundo del deseo.
En este trabajo, hay que comprender perfectamente el
funcionamiento de la Ley de Atracción, que relaciona al que construye
la forma (el espíritu) y la forma misma, o sean, el polo positivo y el
negativo, el Yo y el no yo, el macho y la hembra, etc. Y aprender el
uso correcto y el control de la materia. Así que el aspirante es
probado, primero, en su naturaleza animal y sus motivaciones y,
luego, en la atracción que experimenta por la materia.
La gran ilusión de la materia y el sexo son dos aspectos de la
misma fuerza de atracción expresándose, uno, en el plano físico y el
otro en el plano del deseo o emocional.
3.- Todo aspirante tiene en el sexo un problema importante que
afrontar.
Porque, si su mente no puede resistir la atracción del polo
opuesto, se convierte en una víctima del sexo y puede llegar a ser
controlado por la parte inferior de su animalidad.
En cambio, si conoce la finalidad y correcto uso de su fuerza
creadora sexual y la posibilidad de transmutarla en palabras y escritos,
ideas y actos positivos y altruistas, entonces el aspirante se convierte
en un puntal para la sociedad, porque comprende y defiende la familia
y la reproducción como medio sagrado de proporcionar posibilidades
de renacimiento a otros espíritus hermanos. Y construye y ayuda y
progresa y beneficia a la sociedad en la que está integrado.
En el trabajo de Hércules, pues, el toro representa el deseo
animal, es decir, todos los deseos basados en la materia que, unidos,
dan lugar a la gran ilusión que produce el centrar la conciencia en algo
que no es real, alejándonos de lo que lo es, que es la vida del espíritu.
El discípulo es una parte del conjunto humano, separada de ese
conjunto y sometida a los vaivenes del deseo material. Por tanto, ese
deseo, ese toro, ha de ser perseguido y dominado hasta que se pueda
“cabalgar sobre él” y atravesar así las aguas de la pasión, sin peligro
alguno, hasta llegar a la tierra firme. El toro, pues, ha de ser montado
y conducido por el hombre, el espíritu.
Y, para hacerlo, para controlarlo, hay que emplear el sentido
común. Recordemos el lema rosacruz: Una mente pura, un corazón
tierno y un cuerpo sano, que deben ser utilizados, los tres, como
indican las leyes del lugar en que su propio destino lo ha situado.
Si el propósito es puro y está libre de la atracción de la materia,
la acción será justa y la consecuencia será una vida justa en el plano
físico y en todos los planos.
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Quizá resulte interesante aquí, en el signo de Tauro, considerar
una costumbre española y su origen. Me estoy refiriendo a la Corrida
de Toros:
Nota previa importante: El que la simbología sea perfecta y el
que las corridas de toros, en su origen, en tiempos remotos y con
distintas exigencias morales, fueran una representación religiosa, no
cambia el hecho de que, para la sensibilidad alcanzada por la
Humanidad en nuestros días, se trata de algo innecesariamente
cruel y opuesto a los más elementales principios del amor y el
altruismo y, por tanto, reprobable desde el punto de vista de la
ciencia oculta. Pero resulta ilustrativo meditar sobre sus contenidos
ocultos originarios y que han perdurado formalmente.
El mito de la expedición de los Argonautas en busca del
Vellocino de Oro - representación simbólica del cuerpo-alma -
expresa, sin decirlo, que el acontecimiento relatado tenía lugar cuando
se estaba realizando el paso, por precesión de los equinoccios, de la
era de Tauro a la era de Aries, y ello supuso que las religiones que
habían representado a Dios por un toro (Buey Apis, toros de Asiria y
Babilonia, pueblo judío antes de salir de Egipto, civilización minoica
de Creta, nuestros Toros de Guisando, etc.) pretendiendo poner el
acento en la virtud de la fortaleza divina, estaban pasando a destacar la
mansedumbre, la bondad y la humildad del cordero, cambio que tuvo
lugar entre el tercero y el segundo milenio antes de Cristo.
Pues bien, nuestras actuales corridas de toros tienen su origen en
aquella lejana época en que el toro pasó a ser, de representante de la
deidad, a representante de las pasiones, los vicios y lo negativo que el
aspirante a la vida superior, en la nueva época, había de vencer a toda
costa. Baste recordar al efecto la reacción de Moisés cuando, al bajar
del Monte Sinaí con el Decálogo, descubrió que su pueblo había
vuelto a adorar al becerro de oro, es decir, había regresado a la
religión de la era de Tauro. Seguramente, en las Escuelas de Misterios
de entonces, existieron las corridas de toros.
Vamos, pues, a extendernos sobre este asunto, muy interesante,
sobre todo para los españoles, muchos latinoamericanos y algunos
franceses, contando con que la “fiesta” ha sufrido muchos cambios y
regulaciones pero que, curiosamente, no han hecho, sino destacar sus
simbolismos.
En realidad, una corrida de toros no es sino la escenificación
simbólica de lo que supone la subida del Monte de la Evolución por el
atajo de la Iniciación, sendero que escogen unos pocos, a diferencia
del camino ordinario, elegido por la mayor parte de la Humanidad.
Como Cristo dijo, “el camino es angosto y empinado” y “muchos son
los llamados y pocos los escogidos”.
La simbología, como se comprobará, es perfecta:
La arena, el ruedo, es la vida. El público son nuestros
semejantes, el mundo, en el que hay de todo: Gente avanzada y gente
atrasada, gente buena y gente no tan buena, gente que comprende y
gente que exige, gente que se emociona y gente que razona, gente
ardiente y gente fría... Y todos ellos presencian la corrida y hablan y
gritan y opinan y actúan e intervienen, a su manera, en el desarrollo
del espectáculo. Y, al final, lo juzgan.
La carrera del aspirante comienza como arenero: Nivelando -
antes de iniciarse la corrida - la arena, la materia, es decir, limando las
mayores asperezas de su carácter, eliminando los mayores defectos,
los más ostensibles, los que, de persistir, harían imposible la lidia y,
por tanto, el triunfo.
Cuando se ha dominado ese arte de eliminar los defectos más
importantes, cuando ya se carece de ellos, se pasa a “mono sabio”.
Entonces ya se está cerca del toro. Cierto que la actuación es mínima,
pero el ánimo se va templando al ver al enemigo cara a cara y a su
mismo nivel, aunque sea con la protección del picador y del caballo.
Adquirida la destreza suficiente, se pasa a enfrentarse
directamente con las pasiones. Pero, débil aún, el aspirante les hace
frente desde lejos, hostigándolas mediante una larga pica y subido en
un protector caballo que antes era blanco – símbolo del Yo Superior -
para ir debilitándolas poco a poco. Se aprende entonces a resistir con
brazo firme las embestidas de la fiera y hasta a aprovechar su energía
para debilitarla haciéndole perder fuerza. Y se nota que el cuerpo-alma
o vehículo espiritual del neófito se está desarrollando, puesto que ya
viste un traje de luces; aún modesto, sólo de plata, pero que ya brilla
por sí mismo. A medida que progrese en el Sendero, su traje se irá
enriqueciendo con nuevos destellos.
Dominado ese estado, se puede uno ya enfrentar a la bestia pie a
tierra. Aún no de modo definitivo ni sólo en el ruedo, pero puede
hostigar a sus pasiones, mirándolas de tú a tú, a su mismo nivel y sin
intermediarios. Por eso el banderillero ya no espera la acometida de
las pasiones. Ahora se atreve ya a salirles al paso y atacarlas y
debilitarlas más aún. Y su traje es más rico y más luminoso que antes.
Cuando se ha logrado dominar el arte anterior, se puede uno ya
enfrentar al toro sin más arma que el capote. Antiguamente el capote
era color púrpura, es decir, la suma o la mezcla del azul, el color del
Padre y el rojo, el color del Espíritu Santo, porque en aquella época el
Hijo aún no había hecho su aparición en la Tierra. Aún la muleta
conserva ese color. El capote, sin embargo, ha adoptado ya, en una de
sus caras el color amarillo, el del Hijo. Con la ayuda, pues, de la
Santísima Trinidad, es decir, de su triple espíritu, su voluntad, su
sabiduría y su actividad inteligente, el neófito se enfrenta a sus
pasiones y aprende a detener sus envites y a desviarlas sin que le
afecten.
En un estadio posterior, muleta en mano, aprenderá a
dominarlas, a burlarlas, a amaestrarlas, es decir, a "parar, templar y
mandar".
Y, cuando ya domina ese grado, armado con el estoque de la
voluntad, en el momento oportuno, las matará, – como San Jorge
mataba el dragón - es decir, las destruirá, las eliminará del propio
carácter para siempre.
Y el lidiador, el aspirante, mediante la “alternativa” de un
Maestro, es decir, de un ya iniciado, se convertirá también en un
iniciado, en un "Maestro". Y, curiosamente, aún se les llama así,
"maestros", como a los hierofantes de los Misterios. Por eso el traje
del "matador" de sus pasiones, es de oro, o sea, que se ha desarrollado
completamente y, como el de todos los Maestros, es luminoso y
brillante. Es el "vellocino de oro" de los griegos, el "cuerpo del alma"
de que habla San Pablo, el "dorado vestido de bodas", imprescindible
para asistir al banquete nupcial, de que nos habla la parábola de
Cristo.
Según el nivel alcanzado por el lidiador en su evolución
personal, serán las adquisiciones que su trabajo le proporcione. Y así,
terminada con éxito la lidia, para un primer grado de nivel alcanzado,
la consecución será el dar la vuelta al ruedo, es decir, tendrá que
volver al mundo y vivir en él y mezclarse con los demás hombres. Y
éstos le obsequiarán con los objetos que más estiman y se los
ofrecerán, es decir, lo tentarán. Pero él, agradeciéndolos, los
devolverá, es decir, no caerá en las tentaciones que, de buena o de
mala fe le tiendan sus semejantes. O le increparán e insultarán y
despreciarán, y él deberá saber dominar las emociones que ello le
pueda producir.
En un nivel superior de evolución, obtendrá y se le otorgará una
oreja del morlaco. Lo cual significa que el iniciado habrá adquirido la
clariaudiencia, es decir, la posibilidad de escuchar los sonidos de otros
planos de existencia; las voces de los ángeles, denominadas
esotéricamente como "el lenguaje de los pájaros"; la Sinfonía de las
Estrellas, el concierto que las notas clave de todos los astros
interpretan en la caja de resonancia del Cosmos y que, esotéricamente
se denomina "la Lira de Apolo"; la “Voz del Silencio”, es decir, la del
Cristo Interno, que susurra permanentemente llamándonos por el buen
camino.
En un grado más arriba de progreso, recibirá las dos orejas, o
sea, que habrá desarrollado, además, la clarividencia, la posibilidad de
contemplar los demás planos de existencia; y será capaz de ver a los
difuntos en sus vidas post mortem y a los ángeles y a los Luciferes y a
todos los habitantes de los mundos superiores e inferiores al mundo
físico que todos percibimos.
En un escalón superior evolutivo, la recompensa consistirá en el
rabo, lo cual significa que habrá adquirido la facultad de espantar con
toda facilidad cualquier intento de cualquier habitante de otro plano
que desee influenciarle, de cualquier modo que sea, y que será inmune
a los pensamientos y deseos y maquinaciones ajenas que en otras
circunstancias podrían afectarle negativamente.
Y, en un último grado de desarrollo, el premio será una pata. Lo
cual simboliza la capacidad de poder trasladarse a voluntad por los
distintos mundos.
Concluida la faena, si ésta fue lo suficientemente buena,
obtendrá la Liberación, representada por la salida a hombros por la
Puerta Grande, lo cual significa que se ha elevado sobre el nivel
medio de la Humanidad, pero gracias a ella - y por eso se apoya en los
hombros de otros hermanos a los que será deudor.-, y que se ha
adelantado a sus semejantes en la evolución y por ello, ya que ha sido
capaz de vencer a la muerte, es decir, de adquirir la conciencia
permanente, o sea, la memoria ininterrumpida entre sueño y vigilia y
entre vida y muerte, traspasa a hombros de sus semejantes el Portal
que conduce a la inmortalidad.
Francisco Manuel Nácher.
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