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jueves, 4 de junio de 2015

AL CONOCER COMO SE GENERA EL KARMA, SE PUEDE COMPRENDER TAMBIÉN COMO PODER LIBERARSE DE ÉL (Jeff Foster)


La creación y destrucción del karma por Jeff Foster
“La ley es simple. Cada experiencia se repite o se sufre hasta que la experimentas adecuada y completamente por primera vez.” – Ben Okri

Justo en el momento en que tenemos un encuentro con el enojo, con la tristeza, con el miedo, con la duda, con el dolor, en su estado puro, no filtrado y completamente natural; sin el intento de evitarlo, ni de adormecernos ante él, sin manipularlo de alguna forma, sin convertirlo en nuestro enemigo, ese ciclo del karma relacionado a ese aspecto en particular de la experiencia, se rompe.
Cuando hay resistencia hacia aquello que ya es, cuando se trata de evitar lo que surge en la vida, cuando se rechaza alguna experiencia, cuando uno rehúsa a convivir con ESTO tal y como es, ese enojo puro, natural, se solidifica como “mi enojo”, y nace entonces una (falsa) identidad. Ahora me identifico como “el que está enojado” (o “el que está frustrado” o “el miedoso”, y así sucesivamente.) He olvidado que soy ese vasto espacio de consciencia en donde todas las sensaciones y sentimientos tienen el absoluto permiso de surgir. Olvidé que lo que realmente soy es por naturaleza algo no identificable e incapaz de juzgar… ¡sin tener que “intentar” serlo! Olvido mi verdadera identidad como la vida misma. Olvido la vastedad y me identifico como una “cosa” muy limitada, un objeto dentro del tiempo y el espacio. Es aquí donde nace el karma. Y donde empieza la violencia.
La historia del karma, la historia de la causa y el efecto, es la historia de “Este objeto o persona HIZO que me enojara”. Repito la historia una y otra vez, me la repito a mí y a los demás, a través de mis palabras y mis acciones. Estoy inconscientemente jugando el papel de “la persona enojada”, y entonces ¡ahora voy por todos lados buscando cosas y personas con QUIEN enojarme! Árboles, coches, animales, palabras —cualquier cosa vale. Si no hubiera objetos o personas con QUIEN enojarme ¿cómo podría yo reconocerme como “el enojado”? ¡Por eso es que creo que debo alimentar esa identidad! Me protejo a mí mismo de la muerte de esa identidad proyectando mi enfado hacia todo y todos los que veo. Ahora viene hacia mí un momento eterno de enfado y así es como el ciclo comienza. Me identifico como una persona separada. Años después pudiera yo seguir regurgitando la misma historia, repitiendo la experiencia incansablemente, regurgitando la historia de “yo y mi enojo” y la justificación acerca de porqué es que estoy enojado, lo mal que todo salió, lo horrible o terrible que tal o cual persona hizo.
Puedo repetir esto a mis hijos y ellos lo repetirán a sus hijos y la identificación pasará a través de las generaciones, y el círculo del prejuicio y la violencia se mantendrá intacto. Ese es el verdadero significado de la reencarnación.
Y todo esto continúa hasta que el ciclo se rompe, en el momento, a través de la profunda aceptación de lo que surge. El Amor, en el sentido profundo de la palabra, destruye el karma. En la absoluta aceptación, esa energía pura de vida que llamamos “enojo” (o miedo, o dolor…) es aceptada profundamente conforme surge en el momento, y es reconocida como yo mismo.
Esa sensación natural está profundamente aceptada a estar aquí para que viva su breve existencia y que muera a su debido tiempo. La etiqueta “enojo” ni siquiera tiene la necesidad de surgir ya que ninguna etiqueta es necesaria en el misterio de esto.
Y estas etiquetas, si es que llegan a surgir, son también bienvenidas como parte del misterio. La sensación es bienvenida, y tiene permiso de estar y permiso de pasar con su propia dulce forma. La intensidad de la vida se recibe con un bello abrazo. Los pensamientos, sensaciones y sentimientos surgen en el océano que somos, los “hijos” de la consciencia, como yo les llamo —si, ¡la consciencia es el padre supremo!— no se abortan, no se les aplica la eutanasia, no son negados. Se les honra. Se les conoce en presencia. Nunca se convierten en enemigos. Y así, nunca nos identificamos como seres limitados.
“El enojado” jamás nace —sólo hay un momento de enojo. “El frustrado” nunca tiene porqué surgir —sólo surge un momento de frustración. “La víctima del dolor” jamás tiene la oportunidad de echar sus raíces —hay sólo esa fuerte sensación a la que llamamos “dolor”. Y todas esas olas surgen y se disuelven en el vasto océano que somos, nunca se vuelven “permanentes”. “El herido” se reconoce ahora por la imagen transitoria que realmente es. “La víctima” es sólo una historia, aquí en la vastedad que tú eres.
El recuerdo de esta vastedad —que es la vastedad que nos compone a todos— reverbera a través de las generaciones. El karma nunca se crea y de la misma forma tampoco se transmite. Tú no te reúnes con tus seres amados como “la persona enojada” o “el herido” o “el temeroso”, sino como la vastedad ilimitada en donde la ira, el miedo, el dolor, la duda, en donde toda energía es profundamente permitida a surgir y caer. Sanándote a ti mismo de una identificación errónea, otros sanarán automáticamente gracias a “ti”.
El karma ya no se “genera” y así, el ciclo se rompe. Un momento presente no es sólo un momento presente. Es precioso y sagrado y está preñado de potencial. Es una invitación a liberar a tus seres queridos de “ti”, ahora y en las generaciones futuras al dejar de participar en la creación del karma. Liberándote a ti de esa manera, liberas al universo para siempre.
Por: por Jeff Foster Traducción de Tarsila Murguia
.http://universo-espiritual.ning.com/

LA COMPRENSIÓN DE UNO MISMO



por
Krishnamurti
Conocernos a nosotros mismos, sin duda significa conocer nuestra relación con el mundo, no sólo con el mundo de las ideas y de las personas, sino también con la naturaleza, con las cosas que poseemos. Eso es nuestra vida; la vida es la relación con todo. ¿Y exige especialización el comprender esa relación? Evidentemente no. Lo que se requiere es una clara conciencia para hacer frente a la vida en su totalidad.
¿Cómo se puede ser consciente? Ese es nuestro problema. ¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia, si es que puedo usar ese término sin que él signifique especialización? ¿Cómo va uno a ser capaz de enfrentarse a la vida como un todo? Ello implica no sólo relaciones personales con el prójimo sino también con la naturaleza, con las cosas que poseéis, con las ideas, y con las cosas que la mente elabora, tales como ilusiones, deseos, y lo demás. ¿Cómo puede uno tener conciencia de todo ese proceso de relaciones? Eso sin duda es nuestra vida, ¿no es así? No hay vida sin relación; y comprender esa relación no significa aislamiento. Ello requiere, por el contrario, un pleno reconocimiento o comprensión del proceso total de la vida de relación.
¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia? ¿Cómo nos damos cuenta de alguna cosa? ¿Cómo os dais cuenta de nuestra relación con una persona? ¿Cómo percibís los árboles, el canto de un pájaro? ¿Cómo os dais cuenta de vuestras reacciones cuando leéis un periódico? ¿Y acaso nos damos cuenta de las respuestas superficiales de la mente, así como de las respuestas íntimas? ¿Cómo nos damos cuenta de cualquier cosa? Primero, sin duda, nos darnos cuenta de la respuesta a un estímulo, lo cual es un hecho evidente. ¿No es así? Yo veo los árboles, y hay una respuesta; luego viene la sensación, el contacto, la identificación y el deseo. Ese es el proceso corriente,¿verdad? Podemos observar lo que de hecho ocurre, sin estudiar libro alguno. De suerte que, por la identificación, sentís placer y dolor. Y nuestra “capacidad” es ese interés por el placer y por evitar el dolor, ¿no es así? Si algo os interesa, si os brinda placer, inmediatamente surge la “capacidad”; hay inmediata comprensión de ese hecho; y si él es doloroso, desarróllase la “capacidad” para evitarlo. De modo que, mientras dependamos de la “capacidad” para comprendernos a nosotros mismos, creo que fracasaremos, porque la comprensión de nosotros mismos no depende de capacidad alguna. No es una técnica que, a fuerza de pulirla
constantemente, desarrolláis, cultiváis y acrecentáis a través del tiempo.
Esta comprensión de uno mismo puede ponerse a prueba, seguramente, en la vida de relación. Puede ponerse a prueba en nuestra manera de hablar, en nuestro modo de conducirnos. Observaos simplemente, sin condenar, sin ninguna identificación, sin comparación alguna. Observad simplemente, y veréis que ocurre una cosa extraordinaria. No sólo ponéis término a una actividad que es inconsciente -porque la mayoría de nuestras actividades son inconscientes-, no solamente ponéis término a eso, sino que, además, captáis los móviles de lo que habéis hecho, sin adquirir, sin ahondar en ello.
Cuando tenéis una clara conciencia veis el proceso total de vuestro pensar y de vuestra acción; pero esto puede ocurrir tan sólo cuando no hay condenación alguna. Cuando yo condeno algo, no lo comprendo; y este es un modo de evitar toda comprensión. Creo que la mayoría de nosotros lo hace adrede; condenamos inmediatamente y creemos haber comprendido. Si en vez de condenar algo, lo consideramos, nos damos cuenta de lo que es, entonces el contenido de esa acción, su significado, empieza a revelarse. Experimentad con esto y lo veréis por vosotros mismos. Daos cuenta simplemente, sin sentido alguno de justificación; lo cual podría aparecer más bien negativo, pero no lo es. Por el contrario, tiene la cualidad de la pasividad, que es acción directa. Esto lo descubriréis si lo ponéis a prueba.
Después de todo, si queréis comprender algo debéis hablaros en estado de ánimo pasivo, ¿no es así? No podéis continuar pensando en ello, especulando al respecto, poniéndolo en tela de juicio. Tenéis que ser lo bastante sensibles para captar su contenido. Es como si fuerais una placa fotográfica sensible. Si yo deseo comprenderos, tengo que ser pasivamente perceptivo; entonces empezáis a revelarme lo que sois. Eso, por cierto, no es cuestión de capacidad ni de especialización. En ese proceso empezamos a comprendernos a nosotros mismos; no sólo las capas superficiales de nuestra conciencia, sino las más profundas, lo cual es mucho más importante; porque es allí donde están nuestros móviles o intenciones, nuestros ocultos y confusos deseos, ansiedades, temores, apetitos. Puede que exteriormente tengamos dominio sobre todo eso, pero en nuestro interior todo eso está en ebullición. Mientras no lo hayamos comprendido por completo, mediante una clara conciencia, es evidente que no puede haber libertad, no puede haber felicidad, ni hay inteligencia.
¿Es la inteligencia cuestión de especialización? Entendemos por inteligencia la comprensión total de nuestro proceso. ¿Y ha de cultivarse esa inteligencia mediante alguna forma de especialización? Porque eso es lo que ocurre, ¿verdad? El sacerdote, el médico, el ingeniero, el industrial, el hombre de negocios, el profesor: nosotros tenemos la mentalidad de todas esas especialidades. Creemos que para realizar la más alta forma de inteligencia -que es la verdad, que es Dios, que no puede ser descrita- tenemos que hacernos especialistas. Estudiamos, buscamos a tientas, investigamos, y, con mentalidad de especialistas o ateniéndonos al especialista, nos estudiamos a nosotros mismos para desarrollar una capacidad que ayude a aclarar nuestros conflictos, nuestras miserias. Nuestro problema -si es que de alguna manera nos damos cuenta de ello- consiste en saber si los conflictos, las miserias y las penas de nuestra existencia diaria pueden ser resueltos por otra persona; y si no pueden serlo, ¿cómo nos será posible atacarlos?
Es obvio que, para comprender un problema, se requiere cierta inteligencia; y esa inteligencia no puede derivarse de la especialización ni cultivarse mediante la especialización. Ella surge tan sólo cuando captamos pasivamente el proceso total de nuestra conciencia, lo cual consiste en darnos cuenta de nosotros mismos sin opción, sin escoger entre lo bueno y lo malo. Cuando estéis pasivamente alertas, en efecto, veréis que como consecuencia de esa pasividad -que no es pereza, que no es somnolencia sino extrema vigilancia- el problema tiene un sentido completamente distinto; y ello significa que no hay ya identificación con el problema, y, por lo tanto, no hay juicio alguno; y así el problema empieza a revelar su contenido.
Si podéis hacer eso constantemente, en forma continua, todo problema puede ser resuelto de manera fundamental, no superficialmente. Y esa es la dificultad, porque la mayoría de nosotros somos incapaces de estar pasivamente conscientes, dejando que el problema revele su significación sin que lo interpretemos. No sabemos cómo considerar un problema desapasionadamente. Por desgracia, no somos capaces de hacer eso, porque queremos que el problema nos brinde un resultado, deseamos una respuesta, buscamos un fin; o tratamos de interpretar el problema de acuerdo con nuestro placer o dolor; o ya tenemos la respuesta de cómo habérnoslas con el problema. Por lo tanto abordamos un problema, que siempre es nuevo, con una vieja pauta. El reto, el estimulo es siempre lo nuevo, pero nuestra respuesta es siempre lo pasado; y nuestra dificultad consiste en enfrentarnos al reto adecuadamente, esto es, plenamente. El problema es siempre un problema de relación -con las cosas, con las personas, con las ideas. No existe otro problema. Y para hacer frente a este problema de relación, con sus exigencias siempre variables, para encararlo como es debido, adecuadamente, uno tiene que captar de un modo pasivo; y esa pasividad no es cuestión de voluntad, de determinación, de disciplina.
El darnos cuenta de que no estamos en actitud pasiva es el comienzo. En la comprensión de que deseamos una respuesta determinada a un problema dado, está, sin duda, el comienzo; es decir, en conocernos a nosotros mismos en relación con el problema, viendo cómo lo encaramos. Entonces, según vamos conociéndonos a nosotros mismos en relación con el problema -cómo respondemos, cuáles son nuestros diversos prejuicios y exigencias, qué perseguimos, al hacer frente al problema-, esta comprensión revelará el proceso de nuestro propio pensar, de nuestra propia naturaleza interior; y en ello hay liberación.
Lo importante, por cierto, es darse cuenta sin optar, porque la opción trae conflicto. El que escoge está en confusión, y por eso escoge; si no está confuso, no hay opción. Sólo la persona que está confusa escoge lo que hará o no hará. El hombre en quien hay claridad y sencillez no escoge; lo que es, es. La acción basada en una idea es evidentemente resultado de la opción, y dicha acción no es libertadora; por el contrario, sólo crea más resistencia, más conflicto, de acuerdo con ese pensar condicionado.
Lo importante; en consecuencia, es comprender de instante en instante sin acumular la experiencia proveniente de esa comprensión; porque, en cuanto acumuláis, sólo os dais cuenta de acuerdo con esa acumulación, con esa pauta, con esa experiencia. Esto es, vuestra comprensión está condicionada por vuestra acumulación, y, por lo tanto, ya no hay observación sino simplemente interpretación. Donde hay interpretación, hay opción, y la opción trae conflicto; y en el conflicto no puede haber comprensión.
La vida es cuestión de relación; y para entender esa relación, es estática, tiene que existir una comprensión que sea flexible, alerta y pasiva, no agresivamente activa. Y, como ya lo he dicho, esa comprensión pasiva no adviene por medio de disciplina o práctica alguna. Consiste simplemente en darse cuenta, de instante en instante, de nuestro pensar y sentir, y no sólo cuando estamos despiertos; porque veremos, a medida que penetremos en ello más a fondo, que empezamos a soñar, que empezamos a proyectar a lo consciente toda clase de símbolos, que interpretamos como sueños. Abrimos, pues, la puerta hacia lo inconsciente, que entonces se convierte en lo conocido; más para encontrar lo desconocido tenemos que continuar más allá de la puerta. Esa, por cierto, es nuestra dificultad.
La Realidad no es algo que pueda ser conocido por la mente, porque la mente es el resultado, la acumulación de lo conocido, de lo pasado. La mente, por lo tanto, tiene que comprenderse a sí misma y su funcionamiento, tiene que comprender su verdad; y sólo entonces es posible que lo desconocido sea.
Krishnamurti
Extracto de "La libertad primera y última"

LISTO PARA VIVIR


Hacer, o no hacer... Pero nunca estarás listo. Nadie está nunca listo. Tendrías que esperar una eternidad para estar listo. Estar listo es una mentira.
Nunca estuviste listo para nacer. Fuiste lanzado inesperadamente al caos y lloraste por tu vida. Terror y agobio, respirando, sí, el impacto y el asombro ante la luz, pero no estabas listo. Y nunca estuviste listo para tu primer día de escuela. Los miedos, la sensación de nauseas en tu estómago, un nuevo mundo abriéndose, un viejo mundo agonizando, pero nunca estuviste listo. Y la muerte de tu padre, quizás prevista, quizás ya te habías preparado para ella, pero nunca estuviste listo. Olas de angustia, culpa, tal vez, alegría, tal vez, pero, ¿cómo diablos ibas a estar listo? Nunca lo estuviste, pero sí que estabas vivo, y tú podías respirar cuando él ya no, y todo lo acogiste en tu antiguo corazón. El diagnóstico de cáncer, la pérdida de tu empleo, una noticia inesperada. No estabas listo. Pero te abriste. Y seguiste adelante.
Te tropezaste, caíste, te lastimaste. Te pusiste de pie. Perdiste tu camino. Pero nunca estuviste listo. ¿Listo para qué? ¿Para una vida sin dolor? ¿Sin obstáculos? ¿Listo para recibir la respuesta? ¿Para obtener una guía? ¿Para seguir a una autoridad? Siempre supiste que eso no era vida en absoluto.
Te enamoraste de los tropiezos, de las dudas, de los errores, de decir lo equivocado, de orquestar todo un lío. Te reíste mientras tus sueños se convertían en polvo.
Sólo empieza de nuevo, hoy, aunque no sepas cómo hacerlo. Esparce la pintura por todas partes. Cubre el lienzo con vida. Equivócate, y siéntete muuuy bien.
Podrías no estar listo, pero estás listo para intentarlo, para fallar, para entregarte a todo este caos.
- Jeff Foster