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miércoles, 6 de mayo de 2015

LA ABUNDANCIA ES TUYA



PUBLICADO POR JULIETA HERRERA EN UNIVERSO ESPIRITUAL COMUNIDAD.
http://universo-espiritual.ning.com/
Lo que realmente buscas siempre te ha estado buscando. Y lo que en realidad nunca deseaste jamás lo recibirás de todos modos, o se irá muy pronto. Muévete en el mundo no desde un lugar de carencia, siempre enfocado en la meta, midiendo qué tan lejos o cerca te encuentras, sino desde un lugar de presencia, de tranquilidad, de confianza. Relájate, respira y abre por completo tus brazos a la vida hoy. Sé tierno y receptivo, y mantente cerquita de la duda. Todo te llegará. Tendrás la oportunidad de saborear de todo, el éxito y el fracaso, el placer y el dolor, la más grande de las alegrías y la más profunda angustia. Haz un nido para todos esos fragmentos de tu ancestral e infinito ser. Confía en lo que viene y confía en lo que se va. Confía en lo que se queda y confía en lo que desaparece. Confía incluso en el mismo dudar.
Lo que realmente buscas es buscarte a ti mismo tanto como buscas eso, porque lo único que estás haciendo es ver un espejo. Buscas tu propia presencia, y nunca estuviste separado de ella. Cuando la encuentras, tú eres encontrado. Cuando la conoces, tú eres conocido. Eres abrazado tan profundamente como tú abrazas.
La abundancia es tuya, sin esfuerzo, entonces. El milagro de cada aliento, de cada latido del corazón, de cada sensación viva, palpitante, hormigueando en el cuerpo. Una alegría, una tristeza, un estallido de creatividad. Una conexión inesperada, una pérdida sorpresiva. Una nueva oportunidad para entrar en comunión contigo. Un nuevo día para saborear todo lo que la vida te ofrece, para dar todo lo que tienes para dar. Un fresco y nuevo momento ahora, que se te ha dado en forma gratuita. Un regalo dado que no tiene precio. Pleno, tan rebosante como un océano, juegas con el deseo conforme surge y decae, como una amada ola en tu inmensidad.
- Jeff Foster

EXPERIENCIA DE UN NEUROCIRUJANO EN EL MÁS ALLÁ



Nuevas y reveladoras realidades comienzan a calar nuestras mentes, también las de los más escépticos. Gracias al Cielo, el velo se levanta poco a poco… Un neurocirujano viene del más allá y nos narra su experiencia…

La famosa revista Newsweek sorprendió a muchos en su edición de Octubre 2012 con una portada y un titular impactante: “El cielo es real – La experiencia de un Doctor en el más allá”. La revista publica un artículo escrito por un prestigioso neurocirujano estadounidense que luego de haber vivido una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), asegura haber visto y viajado al más allá. Presentamos a continuación la traducción completa de la nota de Newsweek.

Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte. Hijo de un neurocirujano, crecí en un mundo científico. He seguido el camino de mi padre y me convertí en un neurocirujano académico, enseñando en Harvard Medical School y otras universidades. Entiendo lo que ocurre en el cerebro cuando las personas están a punto de morir, y siempre había creído que había una buena explicación científica para los viajes celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos que escapaban a la muerte por poco.
El cerebro es un mecanismo sorprendentemente sofisticado pero extremadamente delicado. Si se reduce la cantidad de oxígeno que recibe, así sea la cantidad más pequeña, este reaccionará. No era una gran sorpresa que las personas que habían sufrido un traumatismo grave regresaran de sus experiencias con historias extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado a algún lugar real.
Aunque me consideraba un creyente cristiano, era más de título que de creencia real. No me molestaban los que querían creer que Jesús era más que simplemente un buen hombre que había sufrido a manos del mundo. Simpatizaba profundamente con aquellos que querían creer que había un Dios en alguna parte ahí fuera que nos amaba incondicionalmente. De hecho, envidiaba a esas personas la seguridad que esas creencias sin duda les proporcionaban. Pero como científico, simplemente creía que era incorrecto creer en eso.
En el otoño de 2008, sin embargo, después de siete días en un estado de coma en el que se inactivó la parte humana de mi cerebro, el neocórtex, experimenté algo tan profundo que me dio una razón científica para creer en la conciencia después de la muerte.
Se cómo pronunciamientos como el mío les suenan a los escépticos, así que voy a contar mi historia con la lógica y el lenguaje del científico que soy.
Muy temprano por la mañana, hace cuatro años, me desperté con un dolor de cabeza muy intenso. En cuestión de horas, mi corteza entera – toda la parte del cerebro que controla el pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos hace humanos – se había apagado. Los médicos del Hospital General de Lynchburg en Virginia, un hospital donde yo mismo trabajaba como neurocirujano, determinaron que de alguna manera había contraído una meningitis bacteriana muy poco frecuente que ataca sobre todo a los recién nacidos. Bacterias de e. coli habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y estaban comiendo mi cerebro.
Cuando entré en la sala de emergencias aquella mañana, mis posibilidades de supervivencia en algo más que un estado vegetativo ya eran bajas. Pronto estas posibilidades cayeron a casi nulas. Durante siete días estuve en un coma profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones cerebrales superiores totalmente fuera de línea.
Luego, en la mañana de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos consideraban si se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.
No hay una explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado de coma, mi mente – mi conciencia, mi yo interior – estaba viva y bien. Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas hasta su total inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi conciencia liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión del universo: una dimensión que nunca había soñado que podía existir, y que mi viejo yo previo al coma hubiera estado más que feliz explicando que se trataba de una simple imposibilidad.
Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la misma que describen incontables personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte u otros estados místicos, está allí. Existe, y lo que vi y aprendí allí me ha puesto literalmente en un mundo nuevo: un mundo en el que somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos, y donde la muerte no es el final de la conciencia, sino más bien un capítulo de un vasto e incalculablemente positivo viaje.
No soy la primera persona en tener evidencia de que la conciencia existe más allá del cuerpo. Breves y maravillosos destellos de este reino son tan antiguos como la historia humana. Pero hasta donde yo sé, nadie antes que yo haya viajado alguna vez a esta dimensión (a), mientras su corteza estaba completamente apagada, y (b), mientras que su cuerpo estaba bajo observación médica al minuto, como lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de mi estado de coma.
Todos los argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a la muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de un mínimo, transitorio, o parcial mal funcionamiento de la corteza cerebral. Sin embargo, mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi corteza estaba funcionando mal, sino mientras estaba simplemente apagada. Esto se desprende claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis, y de la complicación cortical global documentada por los escaneos TC y exámenes neurológicos. Según el conocimiento médico actual sobre el cerebro y la mente, no hay absolutamente ninguna manera de que yo pudiera haber experimentado ni siquiera una conciencia débil y limitada durante mi tiempo en el estado de coma, y mucho menos la odisea híper vívida y completamente coherente que experimenté.
Me tomó meses aceptar lo que me pasó. No sólo la imposibilidad médica de que había estado consciente durante mi coma, pero más importante aún, las cosas que sucedieron durante ese tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba en un lugar de nubes. Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que se presentaron nítidamente en contraste con el profundo cielo negro-azul.
Más alto que las nubes, inconmensurablemente más alto, una multitud de seres transparentes y brillantes se movían trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos como serpentinas detrás de ellos.
¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las registré más tarde, cuando estaba escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas palabras hace justicia a estos seres, que eran, sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido en este planeta. Eran más avanzados. Formas superiores.
Un sonido, enorme y retumbante como un canto glorioso, descendió desde lo alto, y me pregunté si los seres alados lo estaban produciendo. Nuevamente, pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la alegría de estas criaturas mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir este sonido, y que si la alegría no salía de ellos de esta manera entonces simplemente no serían capaces de contenerla. El sonido era palpable y casi material, como una lluvia que se puede sentir en tu piel, pero que no te moja.
Ver y escuchar no estaban separados en este lugar donde ahora estaba. Podía escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres brillantes que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre de lo que cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo sin volverse parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa. Una vez más, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se podría mirar “hacia” nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra “hacia” en sí misma implica una separación que allí no existía. Cada cosa era distinta, pero cada cosa era también una parte de todo lo demás, al igual que los diseños ricos y entremezclados en una alfombra persa … o en el ala de una mariposa.
Se vuelve más extraño aún. Durante la mayor parte de mi viaje, alguien más estaba conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de cómo era en detalle. Tenía los pómulos altos y ojos profundamente azules. Trenzas doradas enmarcaban su hermoso rostro. La primera vez que la vi, estábamos juntos cabalgando sobre una superficie con un intrincado patrón, que después de un momento me di cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho, millones de mariposas estaban alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas de ellas, que se zambullían en un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor. Era un río de vida y color, moviéndose a través del aire. La vestimenta de la mujer era simple, como la de un campesino, pero sus colores en polvo azul, índigo y pastel de naranja-durazno tenían la misma abrumadora y súper vívida vitalidad que todo lo demás. Ella me miró con una mirada que, si la vieras durante cinco segundos, haría que tu vida entera hasta ese punto valiera la pena, sin importar lo que haya ocurrido en ella hasta ahora. No era una mirada romántica. No era una mirada de amistad. Era una mirada que de alguna manera estaba más allá de todo esto, más allá de todos los diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la tierra. Era algo superior, que contenía todos estos tipos de amor en si mismo, mientras al mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos.
Sin pronunciar una sola palabra, ella me habló. El mensaje me atravesó como un viento, y al instante comprendí que era cierto. Lo supe de la misma manera en que supe que el mundo que nos rodeaba era real, no era una fantasía pasajera e insustancial.
El mensaje tenía tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje terrenal, sería algo como esto:
“Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para siempre.”
“No tienes nada que temer.”
“No hay nada que pueda hacer el mal.”
El mensaje me inundó con una inmensa y loca sensación de alivio. Era como si me hubieran entregado las reglas de un juego al que había estado jugando toda mi vida sin nunca haberlo comprendido plenamente.
“Te vamos a mostrar muchas cosas aquí”, dijo la mujer, una vez más, sin llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su esencia conceptual. “Pero eventualmente vas a regresar”.
Para ello, sólo tenía una pregunta.
¿Regresar a dónde?
Un viento cálido soplaba, como los que surgen en los días más perfectos de verano, sacudiendo las hojas de los árboles y fluyendo como agua celestial. Una brisa divina. Esto cambió todo, transformando el mundo a mi alrededor en una octava incluso más alta, una vibración más alta.
A pesar de que aun tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea que tenemos de él en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular preguntas a este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de él o dentro de él.
¿Dónde está este lugar?
¿Quién soy yo?
¿Por qué estoy aquí?
Cada vez que expresé silenciosamente una de estas preguntas, la respuestas llegaron inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que soplaba a través de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de estas explosiones es que no callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las preguntas, pero de una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los pensamientos me entraban directamente. Pero no era pensamiento como lo experimentamos en la Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran sólidos e inmediatos, más calientes que el fuego y más húmedos que el agua, y mientras los recibía era capaz de comprender al instante y sin esfuerzo conceptos que me habría llevado años comprender plenamente en mi vida terrenal.
Seguí avanzando y me encontré ingresando en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en tamaño, pero también infinitamente reconfortante. Era profundamente negro pero a la vez rebosante de luz: una luz que parecía venir de un orbe brillante que ahora sentía más cerca de mí. El orbe era una especie de “intérprete” entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era como si yo estuviera naciendo a un mundo más grande, y el propio universo era como un útero cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de alguna manera con, o incluso era idéntico a la mujer sobre el ala de la mariposa) fue guiándome a través de él.
Más tarde, cuando volví, me encontré con una cita del Siglo XVII, del poeta cristiano Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir este lugar mágico, este núcleo vasto y negro como tinta, que era el hogar de la misma Divinidad.
“Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero deslumbrante”.
Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de luz.
Sé muy bien cuan extraordinario, cuan francamente increíble, todo esto suena. Si alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como ésta en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba bajo el hechizo de algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida. Eso incluye el día de mi boda y el nacimiento de mis dos hijos.
Lo que me pasó exige una explicación.
La física moderna nos dice que el universo es una unidad que es indivisible. Aunque parece que vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que debajo de la superficie, cada objeto y acontecimiento en el universo está completamente entretejido con todos los demás objetos y eventos. No hay verdadera separación.
Antes de mi experiencia de estas ideas eran abstracciones. Hoy son realidades. El universo no sólo está definido por la unidad, sino también, ahora lo sé, definido por el amor. El universo como lo experimenté en mi estado de coma es – he descubierto con sorpresa y alegría- el mismo sobre el cual tanto Einstein y Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes maneras.
He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones médicas más prestigiosas de nuestro país. Sé que muchos de mis compañeros se aferran, como yo en el pasado, a la teoría de que el cerebro, y en particular la corteza, genera la conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de cualquier tipo de emoción, y mucho menos del amor incondicional que ahora se que Dios y el universo tienen hacia nosotros. Pero esa creencia, esa teoría, ahora yace rota a nuestros pies. Lo que me pasó la destruyó, y tengo la intención de pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y difundiendo el hecho de que somos más, mucho más, que nuestro cerebro físico, lo más claro que pueda, tanto hacia mis colegas científicos como hacia la gente en general.
No espero que esto sea una tarea fácil, por las razones que he descrito anteriormente. Cuando el castillo de una vieja teoría científica comienza a mostrar líneas de falla, al principio nadie quiere prestar atención. En primer lugar, el antiguo castillo simplemente ha tomado mucho trabajo para ser construido, y si se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser construido en su lugar.
Esto lo aprendí de primera mano después de que estuve lo suficientemente bien como para volver a salir al mundo y hablar con otras personas -personas, es decir, que no sean mi sufrida esposa, Holley, y nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había pasado. Las miradas de incredulidad cortés, especialmente entre mis amigos médicos, pronto me hicieron ver la gran tarea que tendría para que la gente comprendiera la enormidad de lo que había visto y experimentado esa semana mientras mi cerebro estaba apagado.
Uno de los pocos lugares en los que no tuve problemas para transmitir mi historia era un lugar que antes de mi experiencia había visto bastante poco: la iglesia. La primera vez que entré en una iglesia después de mi coma, veía todo con ojos nuevos. Los colores de los vitrales me recordaron la luminosa belleza de los paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las notas bajas profundas del órgano me recordaron cómo los pensamientos y emociones en ese mundo son como olas que se mueven a través de ti. Y, lo más importante, una pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos evocó el mensaje que permanece en el corazón mismo de mi viaje: que somos amados y aceptados incondicionalmente por un Dios aun más grande e insondablemente glorioso que el que me habían enseñado de niño en la escuela dominical.
Hoy en día muchos creen que las verdades espirituales vivas de la religión han perdido su poder, y que la ciencia, no la fe, es el camino a la verdad. Antes de mi experiencia tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso para mí.
Pero ahora entiendo que esta opinión es demasiado simple. El hecho cierto es que la imagen materialista del cuerpo y el cerebro como los productores, en lugar de los vehículos, de la conciencia humana, está condenada. En su lugar, una nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y de hecho ya está emergiendo. Este punto de vista es científico y espiritual en igual medida y valorará lo que los más grandes científicos de la historia siempre se han valorado por sobre todo: la verdad.
Esta nueva imagen de la realidad tomará mucho tiempo en armarse. No va a estar terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de mis hijos. De hecho, la realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y demasiado irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella alguna vez llegue a estar absolutamente completa. Pero, en esencia, esta imagen mostrará al universo en evolución, multidimensional, y conocido en detalle hasta cada uno de sus últimos átomos por un Dios que nos cuida mucho más profunda y apasionadamente que cualquier padre que alguna vez haya amado a su hijo.
Aun sigo siendo un doctor, y aun sigo siendo un hombre de ciencia, casi exactamente igual a como era antes de que tuviera mi experiencia. Pero en un nivel más profundo soy muy diferente a la persona que era antes, porque he podido vislumbrar esta imagen de la realidad que está surgiendo. Y puedes creerme cuando te digo que va a valer la pena cada pequeño paso de la labor que nos llevará, y a los que vienen después de nosotros, para llegar a comprenderla bien.>>

Dr. Eben Alexander, The Daily Beast, 08 de Octubre 2012
http://escrito-en-el-viento.blogspot.com.es/

EL FICUS Y EL ERMITAÑO



El viejo ermitaño salió de su cobijo, una pequeña oquedad en la montaña, como casi todos los días. Se sentó sobre una piedra ya habituada a él, muchos años de mutua compañía, contemplando un árbol, un ficus gigantesco. Silencio, sólo el viento agitaba silbando el árbol. El ermitaño le preguntó sin decir palabra: ¿Tu vida es útil a alguien? No esperaba, lógicamente ninguna respuesta…

Pero a sus oídos llegó un sonido que no era del viento. Escuchó: “Mi vida, larga ya, es más útil de lo que los humanos creéis, cuando el Sol se pone, yo absorbo lo que a vosotros os envenena y lo convierto en oxígeno, necesario para vuestra vida. Como ves, mi vida contemplativa, anclada en este lugar por muchos años aún, tiene sentido” –era el gran ficus quien le hablaba–. ¿Y tú, qué haces alejado del mundanal ruido por la humanidad, encerrado en una cueva?

Tras recuperase de la impresión, nunca pensó que un árbol podría “hablar”. Le contestó: 

«Así es como piensan muchos de mí. Me alejé del mundo habiendo saboreado sus mieles, pero no saciaron la sed de mi alma y, busqué una fuente que lo lograra. Tras algunos años deambulando de un lado a otro sin calmarla, acabé con mis pasos en este lugar. Tú ya estabas aquí entonces… He luchado con mi mente largo tiempo, creí volverme loco, hasta que, por fin, cansado, encontré la calma; dejé de luchar y comprendí que mi mente podría ser mi aliada y no mi enemigo. La silencié y, escuché el sonido de un manantial, no en la cueva, sino dentro de mí. No era de agua sino de fuego, un fuego que no quemaba y recorría todo mi ser de abajo a arriba y de arriba abajo. Me convertí en ese fuego que, tan pronto se expandía como que se reducía a un punto de luz… y yo era esa luz.  Y siendo luz, viajé a través de la luz, pues todo cuanto me rodeaba era también luz, eso sí, de diferente intensidad. Llegué a donde viven los demás hombres, ellos no me veían, ni siquiera percibían su propia luz... Y vi sus sombras, como vi las mías tiempo atrás, su conflicto les amargaba la vida, eran infelices y compartían con otros su malestar. Y la ciudad donde viven está envuelta por una espesa capa de oscuridad, mas nadie la percibía, pero sus almas sí que la sentían. Y pensé, ¿qué puedo hacer por ellos desde mi rincón del mundo? Al instante de este pensamiento, se acercó a mí una persona que vagaba por la calle, evidentemente no me vio, y en medio de la oscuridad percibí una chispa de luz en su pecho. Seguí sus pasos,  el lloraba, sentí en mí su abatimiento, cerré mis ojos y dejé que mi alma se expresara, sin palabras. Mi luz alcanzó, no sé cómo, su chispa de luz y ésta se hizo más grande, más luminosa… Dejó de llorar y respiró profundamente, diciendo en voz alta: “Después de todo puede que haya vida después de esta vida y nos volveremos a encontrar”. Supe, sin entendimiento, que era a su amada a quien echaba de menos. Y a su alma hablé: “Ten por seguro que así es”.

»No me importa lo que piensen de mí los demás, “Gran Ficus”. Sé que mi vida tiene ahora sentido, he encontrado el manantial que buscaba, lo tenía tan cerca… Y, en silencio, sin ruido, sin aplauso, estoy más cerca del otro de lo que estuve cuando vivía entre ellos.»

–Y, no piensas volver a vivir entre ellos –le preguntó–, “Gran Ficus”. 

–Cuando mi alma así lo sienta. De momento sigo a tu lado, “Gran Ficus”, amigo “ermitaño”, viviendo nuestras “inútiles” vidas.

Dedicado al ángel que me inspiró.


Ángel Hache
http://escrito-en-el-viento.blogspot.com.es/

LOS APESTADOS


Vivimos en un tiempo midiéndolo cronológicamente entorno a un personaje histórico. Si das unos pasos por la Tierra verás que otros como tú, como yo, tienen otra vara de medir, otro personaje histórico. Los calendarios se basan en los movimientos estelares basados en los ciclos de la Luna o el Sol. Los errores en calendarios pasados se han ido corrigiendo acercándose más a una realidad más objetiva.
Ponemos un primer día al calendario, a partir de ahí sumamos días. Para unos el actual es el gregoriano, para otros el hebreo, y aun para otros más el año musulmán… Todos son convencionales. Hoy por un hipotético suceso podríamos vivir el día primero de una nueva era y en torno a ésta crearíamos todo un mundo, celebrando con alegría y jolgorio el nacimiento de un nuevo año. 
Nuestra mente necesita puntos de referencia: conocer que hay un punto “A” que nos conduce hacia un punto “B”. Necesita nombres para designar lo que vemos, tocamos, conocemos… Lo que para unos en un lado del mundo tiene una tonalidad, para otros el mismo hecho su tonalidad es diferente y, sin embargo son ciertas ambas visiones para quien lo vive. Todo lo que experimentamos es relativo. Mas hay quien se cree en posesión de la Verdad. ¿Y si hay tantas verdades como experimentadores? 
¿El hecho ocurrido a dos, tres, miles personas, le da más validez, más autenticidad, que aquel acontecimiento que sólo le ocurre a una? ¿Tiene que vivir como un apestado en la sociedad quien no encaja en las verdades que se han instaurado como “La Gran Verdad”?
Pero nuestra mente se pierde para comprender aquello que no se puede medir, encajar, enclaustrar, analizar…
Estamos en un tiempo en que se están desmoronando muchas “verdades”. Es un tiempo en que los “apestados”, tal como una flor de loto surge del fango y ve la luz sobre las aguas turbias, están saliendo del encierro, de la soledad… Los “apestados” de este tiempo no proclaman verdades, pues no miden, analizan… Solamente extienden su perfume, se dejan ver en silencio. Ninguna verdad hay en ellos que descubrir, solamente tienden sus manos afectuosamente donde es necesario. SIENTEN, más allá de cualquier emoción pasajera, en sus carnes, en sus corazones, en sus almas, AL OTRO COMO A SÍ MISMOS. Se adecuan a cualquier calendario, viviendo el día a día como cualquiera, pero teniendo claro que el tic-tac que marca su tiempo lo marca el ritmo del corazón… más allá de cualquier formalidad, apariencia. El tiempo del “apestado” es atemporal. 
Surgimos y vivimos en cualquier agua turbia que impide ver con claridad. Hay otros ciclos más allá del marcado por la Luna y el Sol...


Ángel Hache
http://escrito-en-el-viento.blogspot.com.es/

Tú espíritu es convocado a revelar su maestría



Así brillan tus acciones en el río de la consciencia.
Veo tus ojos mirando al cielo. Siento el clamor que brota en tu interior. No importa que no te comprendan, no importa que te humillen. Es sólo una ilusión. No más lagrimas. No más lamentos. Este escenario mundial de atrocidades e incoherencias fue montado para que tu alma recuerde. Nunca más la inconsciencia. Nunca más la indiferencia. Nunca más la deshumanización. Es hora que despierte tu memoria antigua. Tu espíritu es convocado a revelar su maestría.
Muchas vidas. Muchas enseñanzas. Muchísimos aprendizajes. La espiral ascendente hace que hoy se ponga a prueba tu templanza y saques a relucir tu verdadera esencia de luz. Este juego no se diseñó con errores. Los dolores, las penas, las frustraciones y los conflictos fueron enseñanzas encubiertas para que aprendas a volar. Una y mil veces caíste, y tuviste la fortaleza, la dignidad y el coraje para volverte a levantar, sin perder la confianza.
Tus alas no están rotas, solamente algo cansadas y magulladas por los golpes. Sos amado y respetado. Todo lo que estás viviendo es para demostrarte que podés. Lo que anida en tu pecho no es dolor. Es el fuego del espíritu que abre paso a tus recuerdos. Este es el tiempo de la unificación. Tu sabiduría es llamada a transformar la realidad. Tus dones y talentos deben prestar servicio. Hay otras almas peregrinas que necesitan de tu auxilio. Naciste para inspirar con tu don de gente.
No dejes que la ilusión te engañe con sus viejos trucos. Recordá que nos prometimos ganarle la pulseada. Hoy seco tus lágrimas porque así lo hiciste conmigo. Quiero que vuelvas a sonreír. Necesito ver el brillo de tus ojos. Vamos rumbo a la meta, con las lecciones aprendidas. No fue en vano tanto esfuerzo. Honremos las enseñanzas. Digámosle gracias con el corazón abierto, en dirección al Sol.
Celebro porque estamos juntos y cada vez somos más. Esta noche, cuando eleves tu mirada al cielo, prestá atención a la Luna: dejé un abrazo gigantesco, lleno de amor, fe y esperanza, para que te cuide y te acompañe en lo que resta del camino. Hoy tu espíritu es llamado a revelar su maestría. Las estrellas no titilan, sólo danzan de alegría.
Julio Andrés Pagano